El pasado 9 de mayo de 2012, la revista El Jueves (en su número 1824) incluía un chiste de Philippe Lejeune en el que, en clara alusión a los recortes en servicios públicos y prestaciones sociales, se atribuía a Rajoy la condición de médico presto a prescribir una sangría cada viernes como “receta para España”:
En las culturas más diversas y alejadas temporal y espacialmente (los babilonios, los egipcios, los hindúes, los chinos, los aztecas, ...), las sangrías se han utilizado durante cientos de años como remedio para enfermedades múltiples y dispares. En la civilización occidental, el principal fundamento de su empleo residía en la creencia de que algunas enfermedades tenían su causa en un estancamiento de los fluidos orgánicos (conocidos con el término de “humores” en las obras de autores clásícos como Hipócrates y Galeno) en ciertas partes del organismo, y que, por tanto, provocar una hemorragia era la solución adecuada.
Para extraer la sangre se utilizaban métodos variados. Uno de los más simples era producir un corte en una vena y dejarla sangrar (técnica cuyo nombre es, de forma más precisa, flebotomía), pero también los había más complejos, como la utilización de ventosas o copas de succión, las cuales, mediante un mecanismo de vacío, producían un efecto de succión sobre la piel que hacía que la sangre saliera de los vasos sanguíneos (fenómeno que, en el lenguaje técnico, recibe el nombre de extravasación), o como la utilización de sanguijuelas (animales que son parásitos hematógenos, esto es, que se alimentan de sangre, y que, por tal condición, son capaces de extraerla del cuerpo de sus víctimas). El nombre científico de la sanguijuela común es Hirudis medicinalis, precisamente por esa utilidad que se le atribuía.
Hoy sabemos que, en realidad, esta práctica, lejos de sanar las enfermedades para cuyo tratamiento se utilizaba, con frecuencia contribuía al debilitamiento del enfermo o favorecía la aparición de infecciones, pudiendo dificultar o impedir una evolución favorable.
Evidentemente, al abandono de la práctica es a lo que hace alusión este chiste de Mike Mosedale, en el que un personaje encuentra dentro de un botiquín únicamente un tarro lleno de sanguijuelas:
Para extraer la sangre se utilizaban métodos variados. Uno de los más simples era producir un corte en una vena y dejarla sangrar (técnica cuyo nombre es, de forma más precisa, flebotomía), pero también los había más complejos, como la utilización de ventosas o copas de succión, las cuales, mediante un mecanismo de vacío, producían un efecto de succión sobre la piel que hacía que la sangre saliera de los vasos sanguíneos (fenómeno que, en el lenguaje técnico, recibe el nombre de extravasación), o como la utilización de sanguijuelas (animales que son parásitos hematógenos, esto es, que se alimentan de sangre, y que, por tal condición, son capaces de extraerla del cuerpo de sus víctimas). El nombre científico de la sanguijuela común es Hirudis medicinalis, precisamente por esa utilidad que se le atribuía.
Hoy sabemos que, en realidad, esta práctica, lejos de sanar las enfermedades para cuyo tratamiento se utilizaba, con frecuencia contribuía al debilitamiento del enfermo o favorecía la aparición de infecciones, pudiendo dificultar o impedir una evolución favorable.
Evidentemente, al abandono de la práctica es a lo que hace alusión este chiste de Mike Mosedale, en el que un personaje encuentra dentro de un botiquín únicamente un tarro lleno de sanguijuelas:
No obstante, a pesar de lo anterior, hay determinadas situaciones clínicas que pueden beneficiarse de una extracción de sangre controlada (como, en algunos casos, las llamadas poliglobulias, que son situaciones en las que hay un exceso de glóbulos rojos en la sangre, por causas diversas), por lo que aún en la actualidad se emplean las sangrías, si bien de forma muchisimo más selectiva. ¡Incluso las sanguijuelas siguen utilizándose en pleno siglo XXI!: precisamente su forma pausada de absorber la sangre puede ser útil para decongestionar zonas en las que, efectivamente, puede acumularse aquélla tras una intervención quirúrgica, y una sustancia anticoagulante que contiene su saliva, la hirudina, ha sido copiada por el ser humano para su empleo en la prevención de las trombosis.
Esperemos que las sangrías con las que amenaza "el buen doctor Rajoy" en el chiste de Lejeune (cuya periodicidad el propio chiste hace coincidir con el día de la semana en que se celebran las reuniones del Consejo de Ministros) no sean, para nuestro vulnerable Sistema Nacional de Salud, un remedio peor que la propia enfermedad.