Entre los cambios diversos que van a llevarse a cabo en el Sistema Nacional de Salud como consecuencia de la crisis económica se incluye la participación de los pensionistas, que hasta ahora disfrutaban de gratuidad en la prestación farmacéutica, en la financiación de los medicamentos que les sean prescritos.
Muchas son las referencias que los humoristas gráficos han hecho en las últimas semanas a los recortes en sanidad, y particularmente al que acabamos de mencionar. De entre tales referencias, hemos seleccionado algunas que nos van a permitir abordar en este blog conceptos de carácter científico.
El primer ejemplo se debe al lápiz de Mel, quien el 19 de abril publicaba en Diario de Cádiz un chiste en el que dos ancianos se proponían no dejarse llevar por la emoción ante la noticia, para no agravar su condición de hipertensos:
En efecto, el planteamiento tiene un fundamento científico.
Tensión arterial es la denominación que damos a la presión con que la sangre circula por las arterias del organismo. Esa presión depende de circunstancias diversas, algunas de las cuales se relacionan con el funcionamiento del corazón (cuyo latido continuo, sin descanso ni siquiera durante el sueño, impulsa la sangre como una bomba hidráulica), y otras con la cantidad de sangre que hay en el torrente sanguíneo (por ese motivo, cuando se pierde sangre por una hemorragia, la tensión arterial cae) o con la resistencia que las propias paredes de las arterias pueden ofrecer al paso de la sangre (pues tales arterias no son tuberías inertes, sino que, por el contrario, reaccionan a diversos estímulos aumentando o disminuyendo su calibre mediante los mecanismos que llamamos de vasoconstricción o vasodilatación).
Sabemos que cuando la tensión arterial sobrepasa determinados niveles, se relaciona con una mayor probabilidad de aparición de enfermedades vasculares, como infarto agudo de miocardio o hemorragias cerebrales. Por ello, cuando la tensión arterial sube por encima de los niveles que consideramos deseables, hablamos de hipertensión arterial. La hipertensión arterial es una condición que puede pasar desapercibida a quien la padece (ni duele ni produce ninguna otra sensación subjetiva identificable) y que se considera un factor de riesgo importante para enfermedades como las que hemos mencionado.
Pues bien, sabemos que, efectivamente, el estrés psíquico o la ira pueden aumentar la tensión arterial.
En situaciones de estrés o ansiedad, se activa el sistema nervioso simpático, liberándose hormonas (como la adrenalina y la noradrenalina) que preparan al organismo para la lucha o para la huida. Entre sus efectos, se incluye un aumento del rendimiento cardiaco (por incremento de la frecuencia cardiaca y de la fuerza de contracción) y vasoconstricción en algunas zonas del organismo (para aumentar la disponibilidad de sangre y, por tanto, de oxígeno, que llega a los músculos), todo lo cual puede traducirse en un aumento de la tensión arterial. Un estrés mantenido, o cuadros de ansiedad repetidos, pueden desencadenar cambios fisiológicos que hagan que una persona que previamente tenía cifras normales de tensión arterial sea diagnosticada de hipertensa, o que resulte más difícíl tratar una hipertensión previamente conocida.
Ojalá, entonces, fuésemos capaces de controlar nuestras emociones negativas como proponen los personajes del chiste de Mel. Lástima que no siempre sea fácil.