viernes, 30 de diciembre de 2016

De internet, información y pictogramas: sobre el paciente empoderado

Este año, concretamente en el pasado mes de agosto, se han cumplido 25 años desde que se hizo público el acceso a la primera página web tal como hoy las conocemos, creada por Sir Tim Berners-Lee en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (conocida generalmente por  el acrónimo CERN, que responde a las siglas del nombre francés Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire) de Suiza.

Internet es un conjunto de redes de comunicación interconectadas de alcance mundial, que permite la transmisión de una cantidad ingente de información (en diversos soportes y formatos). Sus orígenes se remontan a 1969, cuando se estableció la primera conexión de computadoras, conocida como ARPANET, entre tres universidades en California (Estados Unidos). Pero fue el 23 de agosto de 1991 cuando el CERN de Suiza puso a disposición de cualquier visitante (internautas, en la terminología actual) el contenido del portal web previamente creado por Berners-Lee, que inicialmente había tenido su acceso restringido exclusivamente para los miembros de la organización.

Decir que internet ha supuesto una auténtica revolución por su impacto social (en absolutamente todos los ámbitos) es una perogrullada: baste decir que la sociedad actual recibe el nombre de “sociedad de la información”, precisamente por el intercambio y disponibilidad de esas cantidades ingentes de información (de todo tipo) a la que nos referíamos antes.

Lógicamente, una parte importante de la información que se comparte y que se busca en internet es información referente a temas de salud y enfermedad. Sin duda, esa disponibilidad de información ha contribuido a que muchas personas puedan afrontar de un modo diferente su enfermedad y la relación con el equipo sanitario asistencial encargado de sus cuidados, hasta el punto de que hoy hablamos de “paciente empoderado” o “paciente experto” para referirnos a un paciente informado y motivado que asume responsabilidad en los cuidados que su enfermedad requiere y se implica activamente en colaborar con el equipo asistencial encargado de su tratamiento.















Las posibilidades del paciente empoderado se reflejan perfectamente en este chiste de Glasbergen, en el que la enferma dice a su médico:

“¡Usted tiene que aprender sobre miles de enfermedades, pero yo sólo tengo que centrarme en arreglar lo que va mal en MÍ! Ahora, ¿cuál de nosotros cree usted que es el experto?”

Sin embargo, como también abordamos en nuestra entrada anterior, a propósito de lo que llamamos "la temeridad del Dr. Google" (cuya lectura, o relectura, recomendamos, por estar muy relacionada con el objeto de esta entrada), aunque el conocimiento siempre es bueno, lamentablemente conocimiento e información no son sinónimos. El exceso de información, si no lleva al conocimiento, puede ser perjudicial en sí misma: el término infoxicación es una contracción de información e intoxicación, y hace referencia a los efectos nocivos que puede tener un exceso de información para quien carece de los elementos necesarios para procesarla. Incluso en las ocasiones en que no resulte perjudicial, la información, si no lleva al conocimiento, es inútil.

Hace unos meses, se dio a conocer un estudio de la Universidad de Burdeos (Francia) que concluía que los pictogramas incluidos en los envases de medicamentos peligrosos para la conducción son ineficaces a largo plazo para reducir el riesgo de accidente de tráfico. Esos pictogramas se incluyen en los envases de los medicamentos que han demostrado producir somnolencia o disminuir la atención o la capacidad de reacción, precisamente para avisar de que tales medicamentos pueden resultar peligrosos para la conducción de vehículos.

Francia presentó hace una década un pictograma graduado de color que fue colocado en el envase de todos los medicamentos con riesgo para la conducción. Se definieron tres niveles de riesgo, amarillo, naranja y rojo, e instrucciones para la conducción segura. El estudio al que nos hemos referido, dirigido por Ludivine Orriols y Emmanuel Lagarde, de la mencionada Universidad, y publicado en la revista British Journal of Clincal Pharmacology, analizó el impacto de este cambio en los accidentes de tráfico, comparando el contenido de tres bases de datos nacionales francesas y los datos nacionales de los seguros de salud, informes policiales y bases de datos de la policía sobre accidentes perjudiciales.

Se incluyeron en el estudio diversos medicamentos ansiolíticos e hipnóticos (dicho de otra forma, medicamentos utilizados precisamente por su efecto tranquilizante o/y facilitador del sueño). El uso de ansiolíticos de tipo benzodiacepina se asoció con un 42 % de aumento de la probabilidad de ser responsable de un accidente de tráfico durante el periodo previo a la introducción del pictograma. El aumento del riesgo desapareció inmediatamente después de la introducción del pictograma, pero volvió a ser significativo en periodos de tiempo posteriores.

Además, este resultado fue similar para los hipnóticos de tipo benzodiacepina, aunque un menor número de individuos tomaron estos fármacos, por lo que los resultados fueron insignificantes. Sin embargo, el estudio demostró que el riesgo de ser responsable de un accidente fue mayor en los usuarios que se trataban con  otro tipo de hipnóticos.

Los autores concluyeron que la inclusión del pictograma no ejerció el efecto que se esperaba, pues el riesgo de ser responsable de un accidente en relación a estos medicamentos no disminuye a largo plazo tras la introducción de este tipo de mensajes. Y que, puesto que el consumo de medicamentos sigue siendo responsable de un porcentaje no despreciable de los accidentes de tráfico, las políticas de prevención deben ser revisadas.

¿Quiere eso decir que es inútil proporcionar esa información directamente al consumidor del fármaco? No, en absoluto. En consulta, algunos pacientes preguntan por el significado de esos pictogramas (algunos de esos medicamentos se venden sin receta médica) y piden más información al respecto, lo cual indica que no pasan (al menos, no siempre) desapercibidos. Pero el trabajo de Orriols y Lagarde invita a reflexionar sobre que tal vez los mensajes no sean igual de efectivos cuando se proporcionan prescindiendo del profesional sanitario.

En un escenario ideal, y a diferencia de lo que plantea el chiste de Glasbergen expuesto arriba, el paciente empoderado no compite con su médico para ver quién atesora más información: ambos colaboran juntos en pos del objetivo común; y el paciente experto nunca lo será realmente si no cuenta con el apoyo, orientación y tutela de su médico, que le permita convertir la información en conocimiento.


NOTA: El contenido de esta entrada fue divulgado originalmente desde el portal Alergia y Asma Andalucía, y ha sido adaptado a este blog por su propio autor.