sábado, 8 de diciembre de 2018

Los orígenes de esto (y la diferencia entre investigación cuantitativa e investigación cualitativa).

Ha llovido mucho (tanto en sentido figurado como en sentido literal) desde la fecha en que se publicó la última entrada de El Humor y El Fuego.

Durante este tiempo, han ocurrido algunas cosas que, de un modo directo o indirecto, afectan a este blog. Entre ellas está el nacimiento y desarrollo del Movimiento Medicina Gráfica en España, al cual dedicaremos atención en el futuro. La colaboración coordinada y organizada de un grupo de profesionales sanitarios que defienden, analizan y divulgan las aplicaciones del cómic, la ilustración y el humor gráfico como herramienta de comunicación en el ámbito sanitario está haciendo que cada vez más personas se hagan conscientes y se interesen por ese potencial. Probablemente ese sea uno de los aspectos más dignos de ser destacados al respecto, y ese interés creciente se ha puesto de manifiesto en la celebración del I Congreso de Medicina Gráfica en España, que tuvo lugar el pasado 30 de noviembre en Zaragoza. También hablaremos con detalle de ese congreso y de sus implicaciones.

En lo personal, yo, autor de todas las entradas de este blog desde su inicio en noviembre de 2009, me he desvinculado del Comité Asesor Científico del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Málaga, cuya presidencia he ejercido desde aquel año 2009 hasta el pasado 2017. El Humor y El Fuego surgió como un recurso del Colegio de Médicos de Málaga para la educación sanitaria de la población, en el contexto de la implicación de esta institución en la mejora de la salud de la población atendida por sus colegiados, y por ese motivo nunca firmé las entradas con mi propio nombre, ni siquiera cuando, en 2010, la publicación sanitaria Diario Médico otorgó a El Humor y El Fuego su premio a “Las Mejores Ideas en la Red” (algo que, por cierto, ni siquiera mencionamos aquí en su momento, obsesionados como estábamos por evitar desviar la atención del lector hacia circunstancias que considerábamos ajenas al cumplimiento de nuestro objetivo). Ahora, sin embargo, desvinculado ya de ese Comité Asesor Científico (que no del Colegio), no resulta procedente, ni tendría sentido, seguir publicando entradas bajo el nombre de esa institución. No obstante, hay mucho, por supuesto, y cada vez más, pendiente de ser contado, por lo que El Humor y el Fuego debe continuar. Y es pertinente recordar, como siempre hemos argumentado en el texto de presentación de este blog (en la columna de la derecha), que al margen de la información objetiva, cualquier opinión subjetiva aquí expresada, salvo que se haga constar otra atribución de forma explícita, corresponde al autor del texto, y no necesariamente refleja la postura de ningún colectivo o institución.

Me presento, por tanto.Me llamo José Luis de la Fuente, y soy médico. Colegiado en Málaga, obviamente.Y ávido lector de cómics prácticamente desde que me alcanza la memoria.

En la penúltima década del siglo pasado, cuando cursaba la licenciatura de Medicina, el programa de estudios de mi Facultad incluía en su segundo año la asignatura de Psicología. El Departamento responsable de esa materia tenía abierta, y en desarrollo, una línea de investigación en la que trabajaban sobre las actitudes de la población hacia la enfermedad mental: investigaban de qué forma la población percibía al enfermo mental, y cómo esta percepción influía en el trato que estos enfermos recibían por parte de las demás personas. Año tras año, los profesores de la asignatura requerían de los alumnos la elaboración de trabajos individuales, obligatorios y evaluables, sobre las actitudes de la población hacia la enfermedad mental. Y puesto que probablemente esos trabajos podían servir como fuente de inspiración para futuros enfoques de su propia investigación, insistían en que uno de los aspectos a valorar era la originalidad de su planteamiento.

Puesto que en aquellos años mi mente ya andaba ocupada durante horas con los cómics que leía y me gustaba conservar, se me ocurrió que quizás esos cómics fueran un material de estudio válido para analizar las actitudes hacia la enfermedad mental que en ellos se plasmaba.

Y así surgió “La imagen de la locura en el cómic”, un trabajo que no era, realmente, más que un texto improvisado a partir de un conjunto de viñetas seleccionadas en virtud de lo que mi memoria y mi biblioteca habían podido aportar a la materia en las semanas de que disponíamos para su redacción. No lo conservo, pero recuerdo algunos de las referencias que incluía:

Recuerdo, por ejemplo, algunas viñetas de Alberto Breccia (en su obra “Los Ojos y la Mente”, serializada en la revista Ilustración + Cómix Internacional, de Toutain Editor) en las que la oscuridad y el cautiverio se constituían por sí solos en elementos opresivos capaces de conducir irremisiblemente a la locura:



Recuerdo a Astérix y Obélix (de Goscinny y Uderzo) con su mantra “Están locos, estos romanos”, presentado por mí, en el mencionado trabajo, como una muestra del recurso a la enfermedad mental para explicar los comportamientos que nos resultan extravagantes:



Recuerdo a Los Pitufos Negros, del álbum de Peyo del mismo título, capaces de contagiar a todas sus víctimas su incontenible violencia irracional:








Recuerdo, finalmente, a Peter Parker (Spider-man), al descubrir (en el número 151 de la colección The Amazing Spider-man, de Marvel Comics Group, con guión de Len Wein y dibujos de Ross Andru y John Romita Sr.) que su amigo Harry Osborn había salido, supuestamente curado, del centro psiquiátrico donde había estado ingresado, y cuestionándose la verosimilitud de esa curación: “Pero... ¿lo puedo creer?” 



Ejemplos, todos ellos, escogidos de forma intencionada para ilustrar un discurso preconcebido que, pese a las múltiples objeciones de que era, sin duda, acreedor, consiguió captar la atención de mis profesores, granjeándome una buena calificación en la asignatura. 

Incluso me sugirieron que de aquella idea podía salir un trabajo digno de ser publicado. Pero, para ello, me propusieron cambiar su planteamiento, bajo la tutela y dirección del propio Departamento.

Lo primero que me hicieron ver fue que los ejemplos que yo había seleccionado no eran representativos de nada: ni indicaban que la población pensara que oscuridad y cautiverio eran causas de locura, ni que lo incomprensible se asociara sistemáticamente a enfermedad mental, ni que la violencia irracional se asumiera como contagiosa, ni que todos dudasen (dudásemos) de la posibilidad de curación de los trastornos psiquiátricos. Lo único que cada uno de aquellos ejemplos indicaba era que, en un momento concreto, sus respectivos autores habían decidido presentar esas situaciones o planteamientos para comunicar su mensaje. Nada más.

Y lo que a mis profesores les interesaba era un trabajo de investigación que aportara conocimiento sobre las actitudes con las que la población general (o determinados colectivos poblacionales) se aproximaban a la enfermedad mental. En definitiva, entendí que lo realmente válido de mi trabajo era el material de estudio propuesto: el cómic. La metodología utilizada por mí, sin embargo, distaba mucho de lo que ellos consideraban un buen diseño de investigación.

Muchos años después, cuando aprendí la diferencia entre investigación cuantitativa e investigación cualitativa, recordé aquella conversación, y entendí que era precisamente eso lo que querían hacerme ver.

La metodología de investigación en ciencias naturales, en la que se entronca la investigación biomédica, responde a lo que se ha dado en llamar investigación cuantitativa, que utiliza el método hipotético deductivo. Este método tiene sus raíces en los principios filosóficos del Positivismo, que mantiene que la ciencia se ocupa de la explicación y la predicción de los eventos observables: los únicos objetos dignos de estudio, desde un planteamiento positivista estricto, serían aquellos medibles o cuantificables. Se parte, además, de la premisa de que la realidad es única y concreta y que el científico debe mantenerse imparcial y objetivo en el proceso de investigación. Desde ese planteamiento, se busca conocer esa realidad independiente del investigador, y establecer leyes o reglas que puedan explicarla, utilizando la estadística como una herramienta que permita asegurar, con un determinado grado de certeza, las afirmaciones que puedan formularse sobre aquella.

Sin embargo, la perspectiva positivista no es la única existente, incluso hoy día, para entender el mundo. Otras corrientes de pensamiento plantean otros abordajes de la realidad. Corrientes filosóficas entre las que suelen citarse el Constructivismo y la Fenomenología, por ejemplo, suponen que la realidad es una construcción que emerge de la relación entre el sujeto que conoce y el objeto de conocimiento o/y que la existencia de la persona no puede verse separadamente del mundo, ni el mundo separadamente de la persona. Desde estas perspectivas filosóficas, la realidad se entiende como una construcción o interpretación del mundo y, por tanto, plantean que la realidad no es única. Partiendo de la idea de que la realidad es múltiple, la investigación llamada cualitativa (en contraposición a la cuantitativa, que responde a los planteamientos del positivismo) acepta la premisa de que no existe una verdad absoluta, sino que la verdad está determinada histórica y socialmente.

A diferencia de la investigación cuantitativa, los investigadores cualitativos proceden de un modo inductivo. Su objetivo no es establecer leyes, sino que lo que pretenden es comprender la realidad, una realidad que se entiende como compleja y que puede abordarse desde la subjetividad. En la investigación cualitativa son válidos diseños menos estructurados, menos planificados, diseños que se van construyendo a medida que los datos van produciendo hallazgos. Puesto que lo que se busca es comprender la realidad, a medida que varía la comprensión del investigador sobre el problema que investiga, el diseño se adapta a su nuevo estado de conocimiento. El conocimiento es una construcción que emerge de su relación con el objeto que investiga: obviamente, desde este punto de vista, la subjetividad no es un lastre. A la Psicología, Sociología, Antropología, etc., no sólo interesa esa realidad objetiva que estudian las ciencias naturales, sino también de qué modo las colectividades y los individuos la entienden e interactúan con ella.

Este chiste de Alex Gregory me parece muy representativo de ambas formas de conocimiento:   



Mientras uno de los dos montañeros se recrea en la belleza del paisaje, el otro ha estado, durante toda la subida, concentrado en contar los pasos que daban: “¿Quieres saber cuántos pasos hemos dado?”, le pregunta a su compañero, una vez que han alcanzado la cima. Obviamente, son dos formas diferentes de aproximarse a la realidad.

Desde las posiciones más extremas de ambos planteamientos, se defiende que una metodología y la otra son irreconciliables. Sin embargo, algunos autores consideran que el conocimiento científico puede utilizar ambas estrategias, tanto la cuantitativa como la cualitativa. En ciencias sociales como la Antropología, la Sociología, la Psicología o la Historia, el uso de ambas estrategias de investigación ha ido en aumento. El estudio de casos concretos, por ejemplo, es un método perfectamente aceptado como generador de conocimiento válido en estas disciplinas. De hecho, lo que venimos haciendo en este blog, desde su inicio, es una especie de estudio de casos, en la que seleccionamos muestras concretas de historietas o chistes de la prensa para analizarlas y reflexionar sobre ellas, sacando conclusiones.

Y es obvio que lo que mis profesores de Psicología querían era una investigación cuantitativa.

En aquel momento pensé que los semanarios de humor gráfico para adultos (como la revista El Jueves, que ya entonces se publicaba y aun hoy sigue apareciendo, habiéndose convertido ya en el semanario de humor más longevo de la historia de España) podían constituir el objeto de estudio para una investigación del tipo que mis profesores querían (el único tipo de investigación, según me había parecido entender, que podía tener cabida en una Facultad de Medicina). Y en aquellos años empezaban a comunicarse los primeros casos de lo que más tarde llamaríamos sida, una pandemia causada por una enfermedad vírica que casi desde el principio se rodeó de fortísimas connotaciones sociales. Así que empecé a guardar, y seguí haciéndolo durante los años sucesivos, todo lo que aquellas revistas decían sobre esa enfermedad concreta, con la intención de analizarlo más tarde. ¿Quién sabe? Quizás hasta podría hacerse una tesis doctoral sobre ese tema.

...Pero esa es ya otra historia.