domingo, 11 de abril de 2010

Gripe A (XIV): La investigación biomédica en España


En nuestra entrada inmediatamente anterior, Romeu nos presentaba a un científico que se quejaba por la deficitaria financiación pública que se le había proporcionado para desarrollar su proyecto (obviemos ahora el carácter perverso de aquel proyecto, y detengámonos brevemente en la anécdota mencionada: la alusión a la insuficiencia de los fondos públicos dedicados a la investigación). En la misma línea (considerando, igualmente, insuficiente el apoyo económico que en España recibe la investigación científica), Manel F. se mostraba pesimista, al inicio de la pandemia de gripe H1N1 (el 27 de abril de 2009, en el diario Público) acerca de lo que los científicos españoles podrían contribuir al conocimiento de la enfermedad (acentuando la expresividad del chiste, los dos científicos varones que en él aparecen muestran un aspecto de delgadez extrema que probablemente no sea casual):















¿Qué hay de cierto en este planteamiento? ¿Se realiza investigación biomédica de calidad en España?

La respuesta a esta segunda pregunta es sí: en España se desarrolla actualmente investigación biomédica de muy alta calidad. En las últimas décadas hemos pasado de ser casi exclusivamente consumidores de la producción científica de otros países a poder considerarnos entre los productores de conocimientos científicos de gran relevancia internacional.

La investigación biomédica que se lleva a cabo en el sector público se canaliza fundamentalmente a través de los Servicios Públicos de Salud (dependientes, en su inmensa mayoría, de las Comunidades Autónomas), de las Universidades, y de otros diversos organismos o instituciones, ya sean de la Administración Central del Estado o de las Comunidades Autónomas, que realizan investigación en su seno y/o apoyan (de muy diverso modo, incluyendo la financiación económica de proyectos que por su calidad se consideran merecedores de ello) iniciativas ajenas.

Y una labor fundamental realiza también en este campo la industria farmacéutica, de la cual depende gran parte de la investigación privada que se desarrolla en España. Obviamente, la inversión en investigación por parte de este sector productivo se lleva a cabo con expectativas de obtener beneficios económicos, un hecho sobre el que diversos humoristas gráficos se han mostrado preocupados. Valga como ejemplo el chiste de MEL sobre la vacuna de la gripe que puede leerse a continuación, publicado originalmente en El Diario de Cádiz el 14 de noviembre de 2009:
Sin embargo, esas expectativas de beneficios económicos no son negativas en sí mismas, siempre y cuando no se antepongan a los principios éticos que deben regir cualquier investigación. La realidad es que la industria farmacéutica ha hecho, y previsiblemente seguirá haciendo, aportaciones valiosísimas en este campo. A la participación de la iniciativa privada debemos, por ejemplo (siguiendo con el asunto de la gripe), el hecho de que dispusiéramos de vacunas diferentes para poder utilizar una u otra en los distintos grupos de población, dependiendo de sus características; y que las tuviésemos, además, a tiempo para que la campaña vacunal pudiera iniciarse en nuestro país en la segunda quincena de noviembre de 2009 (a pesar de que Malagón, en esta triste reflexión aparecida en el ejemplar de El Jueves correspondiente al 18 de noviembre, considerase reprochable, precisamente, su tardanza):






















Lo que sería, por supuesto, absolutamente reprochable e inexcusable es el hecho de que el ánimo de lucro se antepusiera al bienestar de los enfermos o de la población en general, destinatarios últimos de los beneficios que pudieran derivarse del conocimiento científico obtenido (como parece deducirse del siguiente chiste, publicado por El Roto el 4 de septiembre de 2009 en El País):






















Entre las deficiencias que presenta España en el campo de la investigación biomédica se encuentra el hecho de que aquí el número de investigadores es muy bajo en comparación con el de otros países de la Unión Europea. Y es que, por muy vocacional que uno sea, vivir en España de la investigación científica es difícil. Así lo plasmó Manel F. en un chiste aparecido el 8 de junio de 2008 en Público que fue muy celebrado en algunos círculos científicos por su acertado reflejo de la realidad:
Una parte importante de las personas que actúan como investigadores científicos en los organismos públicos carecen de contrato laboral, y se vinculan a la institución en la que desarrollan su actividad como becarios. Los becarios realizan su trabajo, en lugar de a cambio de un salario, percibiendo una beca, que suele ser una cantidad significativamente inferior a la que perciben los trabajadores de su mismo grupo profesional, sin perspectiva de continuidad a partir de un periodo determinado, y careciendo de algunos de los derechos que se garantizan a los trabajadores (están incluidos en la Seguridad Social, pero mientras son becarios no tienen derecho, por ejemplo, a protección por desempleo). Forges criticaba las condiciones en que nuestra actual normativa sitúa a los becarios en el chiste siguiente, aparecido el 11 de noviembre de 2009 en El País (podemos deducir que el chiste no se refiere en exclusiva a los becarios de investigación, pero sin duda la crítica es aplicable a la condición de los mismos):

Y aunque, como (de nuevo) Forges señala en el chiste con que cerramos esta entrada (publicado en El País el 20 de enero de 2010), las circunstancias de crisis económica actuales no son precisamente las más propicias para que las condiciones en que se lleva a cabo la investigación científica en España mejoren sustancialmente a corto plazo, no cabe duda de que una de las asignaturas pendientes a ese respecto es precisamente la mejora de esas condiciones para que la investigación biomédica pueda ser considerada una salida profesional atractiva por parte de los muchísimos profesionales competentes que existen en este país.