martes, 6 de noviembre de 2012

Sobre la incapacidad permanente y sus grados


La incapacidad permanente, en su modalidad contributiva, se define en nuestro sistema de Seguridad Social como “la situación del trabajador que, después de haber estado sometido al tratamiento prescrito y de haber sido dado de alta médicamente, presenta reducciones anatómicas o funcionales graves, susceptibles de determinación objetiva y previsiblemente definitivas, que disminuyan o anulen su capacidad laboral, sin que suponga obstáculo a tal calificación la posibilidad de recuperación de la capacidad laboral del inválido, si dicha posibilidad se estima médicamente como incierta o a largo plazo”.

Cualquiera que sea su causa determinante, la incapacidad permanente (en su modalidad contributiva) puede clasificarse con arreglo a los siguientes grados:

a.- Incapacidad permanente parcial para la profesión habitual. Es la incapacidad que, sin alcanzar el grado de total, ocasiona al trabajador una disminución no inferior a la tercera parte en su rendimiento normal para dicha profesión, sin impedirle la realización de las tareas fundamentales de la misma.

b.- Incapacidad permanente total para la profesión habitual. Es la incapacidad que
inhabilita al trabajador para la realización de todas o de las fundamentales tareas de
dicha profesión, siempre que pueda dedicarse a otra distinta.

c.- Incapacidad permanente absoluta para todo trabajo. Es la situación que inhabilite por completo al trabajador para toda profesión u oficio.

d.- Gran invalidez. Es la situación del trabajador afecto de incapacidad permanente y que, por consecuencia de pérdidas anatómicas o funcionales, necesita la asistencia de otra persona para los actos más esenciales.

La prestación que corresponde a los tres últimos grados mencionados consiste en una pensión vitalicia, cuya cuantía se calcula en función de un porcentaje de la llamada base reguladora; ese porcentaje es diferente dependiendo del grado de incapacidad permanente que corresponda al trabajador. 

A pesar del calificativo “permanente”, el hecho de que la definición incluya la posibilidad de recuperación (aún cuando se estime incierta o a largo plazo), así como el hecho de que circunstancias sobrevenidas puedan condicionar un agravamiento de la situación clínica, llevan a que las situaciones de incapacidad permanente se puedan revisar (y, de hecho, se revisan, incluso en varias ocasiones), hasta la fecha en que el enfermo cumpla la edad de jubilación (en la actualidad, todavía establecida en los 65 años). Dicha acción de revisión de la incapacidad recibe el nombre de revisión de grado, pues como consecuencia de ella puede determinarse un cambio en el grado de incapacidad que se reconoce al trabajador (o, incluso, existe la posibilidad de que se considere que ya no está incapacitado en absoluto, si recuperase la capacidad funcional).      

Resulta bastante fácil asumir que López Rubiño no se refería a la pensión de incapacidad cuando elaboró este chiste aparecido en el último número (1 849) de El Jueves (publicado el pasado 31 de octubre), sino más bien a la pensión de jubilación (que es también vitalicia y, una vez reconocida, no suele revisarse salvo si excepcionalmente se detectara error en su reconocimiento o cálculo), la cual se extingue con el fallecimiento del beneficiario, pero hemos querido aprovechar la ocasión para hablar de la revisión de grado de la incapacidad permanente, pues la inmortalidad del vampiro puede dotar de contenido al chiste tanto en un caso como en el otro:


lunes, 5 de noviembre de 2012

Eritema en vespertilio


Esta es una entrada atípica.

Es atípica porque hemos elegido un chiste para destacar de él únicamente su dibujo.

Se trata de una tira de Ramón, perteneciente a su serie "Hipo, Popo, Pota y Tamo" (aparecida en el diario El País el pasado 27 de octubre) que presenta un mensaje en sintonía con los valores ecologistas que suelen defenderse en ella. La parte gráfica muestra el rostro de un lobo, visto de frente, y dibujado con un estilo más realista de lo que es habitual en este autor.  

Precisamente por ese estilo realista hemos querido detenernos en él:








Reparemos en el color del pelaje. Puede apreciarse que en torno a los ojos hay una franja un poco más oscura que en el resto de la frente, y si el dibujo no estuviese cortado a ese nivel, podríamos ver cómo se distribuye por el dorso del hocico: la zona oscura se dispone de tal forma que hay una zona central longitudinal, a ambos lados de la cual se abren dos alerones amplios que no solamente abarcan los ojos, sino que se extienden también por debajo de los mismos, en la zona que en el ser humano serían los pómulos.

Una lesión cutánea que típicamente aparece en la enfermedad humana llamada lupus eritematoso sistémico tiene una distribución similar: se trata de un enrojecimiento de la piel (recibe, por ello, el nombre de eritema) que en su localización más característica abarca el dorso de la nariz y se extiende por las mejillas (las regiones malares). A veces es más amplio, y alcanza también la zona de alrededor de los ojos.

Se llama, por su distribución, eritema malar, eritema en alas de mariposa o eritema en vespertilio (Hyles vespertilio es precisamente el nombre de una especie de polilla, que suele tener las alas extendidas cuando está posada sobre una superficie).     

El eritema en vespertilio, entre cuyas características está la de presentar gran fotosensibilidad, es decir, aumentar de intensidad con la exposición a la luz solar, es una lesión fugaz que suele durar días o semanas, aparece en un 30 a 60% de las personas con lupus eritematoso sistémico, y algunas veces es su manifestación inicial.

Lupus, el nombre de la enfermedad, es la palabra latina que significa lobo.

Precisamente por lo expuesto, las asociaciones de pacientes afectos por lupus eritematoso diseminado a lo largo y ancho del mundo incluyen frecuentemente en su logotipo la figura de un lobo o de una mariposa.

¿Hemos dicho ya, alguna vez, que el lenguaje médico es rico en metáforas?


domingo, 28 de octubre de 2012

Enfermedades autoinmunes


En las entradas inmediatamente anteriores hemos estado viendo algunos ejemplos de vocablos procedentes del lenguaje común que han sido incorporados al lenguaje médico en forma de metáforas. En esta ocasión vamos a presentar un ejemplo de lo contrario: cómo un autor recurre a una expresión médica para ilustrar con ella una realidad extraída de otro ámbito.

La semana pasada supimos que Andrés Rábago García, El Roto, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Ilustración 2012. El jurado ha destacado "su visión crítica, poética, aguda e inteligente" con la que ayuda a reflexionar sobre "cómo somos y cómo vivimos".

La obra de El Roto es inclasificable. No cabe duda de que sus viñetas incluyen indefectiblemente una ilustración, que generalmente acompaña a un texto, el cual con frecuencia es el verdadero protagonista. Y siempre propone una reflexión, que no necesariamente invita a la sonrisa. Como dijo Georg P. Burns, “quien nos hace reír es un cómico; quien nos hace pensar y después reír es un humorista”. El Roto se concentra en hacernos pensar, y utiliza para ello los recursos del humor gráfico.

Aunque ya en el pasado hemos tenido ocasión de analizar algunas de sus propuestas, hemos querido rendir un homenaje al autor dedicándole la siguiente entrada de nuestro blog. Puesto que estamos hablando de metáforas, hemos buscado, en su aportación diaria al periódico El País, algún ejemplo de su obra en el que utilizara una metáfora médica, y hemos elegido la del 14 de abril de este mismo año:

 























Como ya vimos en una de nuestras entradas más antiguas (http://elhumoryelfuego.blogspot.com.es/2009/11/gripe-ii-los-virus.html), el sistema inmunológico (también llamado sistema inmunitario, y, de forma abreviada, sistema inmune), es un conjunto de células, estructuras y procesos biológicos, que detectan amenazas contra el organismo y nos defienden contra ellas: con frecuencia, se trata de amenazas de tipo infeccioso (microbios que proceden del exterior), pero también tienen capacidad para identificar otras amenazas incluso procedentes del propio organismo (como células cancerosas, que puede diferenciar de las células normales) y atacarlas.

Cuando el sistema inmunológico no es capaz de cumplir su función con eficacia por falta de alguno de sus elementos o estructuras, hablamos de inmunodeficiencia.

Por el contrario, cuando el sistema inmunológico, en su actuación, lesiona de forma significativa órganos o tejidos del organismo, hablamos de enfermedad autoinmune.

Las enfermedades autoinmunes pueden tener manifestaciones muy variadas. Algunas veces, tales manifestaciones están condicionadas por la afectación de un único órgano o sistema. Son las llamadas enfermedades autoinmunes organo-específicas: por ejemplo, la piel en el pénfigo o en las dermatitis atópicas, la glándula tiroides en la tiroiditis autoinmune, los pulmones en la llamada neumonitis por hipersensibilidad, ... En otras ocasiones, las manifestaciones clínicas se deben a la afectación de múltiples órganos o estructuras, y entonces hablamos de enfermedades autoinmunes sistémicas: entre ellas, la enfermedad llamada lupus eritematoso sistémico (cuyo propio nombre incluye una referencia metafórica, a la que volveremos muy pronto).

En todos los casos, no obstante, el sistema inmunitario, que forma parte de la esencia más íntima de nuestro organismo, ataca a la integridad del mismo. 

Y esa es la imagen que El Roto propone como metáfora, aludiendo a la crisis financiera internacional que estamos viviendo.

sábado, 20 de octubre de 2012

Las trompas uterinas


Las trompas de Falopio (más conocidas en la actualidad como trompas uterinas) son dos estructuras tubulares de paredes musculares que, partiendo de la zona superior del útero, se dirigen, cada una por un lado, hacia los ovarios.

Por su interior hueco es por donde los óvulos transitan desde el ovario hacia el útero, y es donde suele tener lugar la fecundación (la unión del óvulo con el espermatozoide) en los casos en que ésta ocurre.

Se distinguen cuatro zonas claramente diferenciadas en cada una de las dos trompas:

1.- Infundíbulo: Es la zona en la que el extremo libre de la trompa se abre en unas digitaciones que se disponen alrededor del ovario, “abrazándolo” para recoger el óvulo cuando éste salga.

2.- Ampolla: Es una zona dilatada en cuyo interior suele producirse la fecundación, pues en ella el óvulo puede esperar entre 24 y 48 horas por si llega el espermatozoide.

3.- Itsmo: Es el tramo más estrecho y largo, que transcurre desde la ampolla hasta el útero.

4.- Porción intraparietal: Es la porción de la trompa que transcurre desde que alcanza el útero hasta que desemboca en la cavidad interna del mismo, es decir, se trata de la zona de la trompa que atraviesa la pared muscular uterina.     

Las trompas también se llaman salpinges uterinas (de la raíz griega salping-, que significa trompeta), y su inflamación (cuya causa más frecuente es de tipo infeccioso) se conoce como salpingitis.

El nombre de trompas de Falopio se debe al anatomista y cirujano italiano que las describió por vez primera, Gabrielle Falloppio (1523-1562). Montt nos da otra versión de los hechos (Dosis Diarias, mayo de 2011) muy diferente y, por supuesto, completamente inventada:

  

viernes, 19 de octubre de 2012

Cataratas


En nuestra entrada inmediatamente anterior hablamos del apéndice vermiforme, cuyo nombre, alusivo a su forma de gusano, constituye un claro ejemplo del empleo de metáforas en el lenguaje médico.

Ya hemos comentado en alguna ocasión que, puesto que la medicina es una ciencia cuyo cuerpo de conocimientos se va construyendo a base de observar la realidad y describir lo que se constata, la jerga médica está plagada de metáforas, pues cada metáfora constituye una referencia que permite al receptor del mensaje formarse rápidamente una imagen mental adecuada.

El cristalino es una lente que se encuentra situada en el interior del globo ocular. Tiene forma circular y aplanada, pero ofreciendo una superficie convexa por cada cara (se trata, pues, precisamente por ese motivo, de lo que llamamos una lente biconvexa). Su aspecto transparente recuerda al cristal, por lo cual su propio nombre es una metáfora. Se sitúa en disposición vertical, dividiendo el ojo en dos sectores que, por su posición, reciben los nombres de polo anterior (en el cual encontramos, por ejemplo, el iris y la córnea) y polo posterior (en el cual encontramos, por ejemplo, la retina).

El cristalino no es completamente rígido, pues a lo largo de todo su borde está unido a un músculo (el músculo ciliar, que fija el cristalino a la pared interna del globo ocular en toda su circunferencia, teniendo, por eso, forma de anillo) que puede tensarlo (traccionando de él) o relajarlo, disminuyendo o aumentando, respectivamente, su grosor, para participar de esa forma en la función de acomodación, que permite fijar la vista en un punto.

A veces, por motivos diversos, el cristalino pierde transparencia, y se va volviendo progresivamente opaco. Como consecuencia de ese fenómeno, el sujeto pierde agudeza visual. La solución es quirúrgica, y consiste en extraer el cristalino, generalmente sustituyéndolo a continuación por una lente artificial, que se coloca dentro del ojo, en la misma posición que aquél (lente intraocular, que suele identificarse en los informes con el acrónimo LIO).

Mientras llega la hora de operarse, el enfermo tiene visión borrosa en mayor o menor grado, ve el mundo como si estuviera mirando a través de una catarata. Y precisamente ese es el nombre que recibe este trastorno: cataratas.

Hace exactamente 2 años (el 19 de octubre de 2010), Alberto Montt presentó en su blog Dosis Diarias una viñeta en la que jugaba con esa metáfora: 


jueves, 18 de octubre de 2012

El apéndice vermiforme


El apéndice vermiforme o vermicular, también llamado apéndice cecal o, frecuentemente, apéndice, a secas, es un pequeño órgano de aspecto tubular, hueco, que está conectado al ciego, uno de los tramos del tubo digestivo (al inicio del intestino grueso): en la mayoría de las personas, está situado en el cuadrante inferior derecho del abdomen. Su nombre se debe a su forma (la palabra latina vermis significa gusano), y tiene una longitud media de unos 10 centímetros. Puesto que por un extremo conecta con el interior del tubo digestivo y por el otro está cerrado, se comporta como un fondo de saco, como un bolsillo. En su interior se refugian gérmenes, que pueden llegar a producir inflamación.

Cuando el apéndice se inflama por acción de los gérmenes, se produce la enfermedad llamada apendicitis, una proceso infeccioso que pone en riesgo la vida, y cuya solución es quirúrgica (la extirpación del apéndice inflamado).

Las personas a quienes se ha extirpado el apéndice pueden vivir perfectamente sin él, aparentemente sin ningún tipo de carencia. Y es que no conocemos con certeza cuál es la función del apéndice vermiforme en las personas sanas. Parece un vestigio evolutivo, lo que queda de alguna estructura que en nuestros ancestros remotos pudo jugar un papel importante en la digestión de determinados productos (probablemente celulosa, pues el ciego de algunos animales permite digerir este compuesto, capacidad que nosotros hemos perdido).

Entre las diversas funciones que se le han atribuido destacan una posible función inmunitaria (de defensa) y un posible papel en el mantenimiento de la llamada flora bacteriana intestinal (funcionaría, según ésto, como un reservorio de bacterias no perjudiciales). Pero son únicamente teorías: la realidad es que todavía hoy no conocemos con detalle ni con certeza para qué sirve.

Mark Parisi nos lo cuenta así en su chiste titulado “El apéndice en su cubículo” (aparecido el 28 de junio de 2010 en su serie Off the Mark), donde lo dibuja sintiéndose embarazosamente fuera de lugar al verse rodeado por otros órganos con funciones bien definidas (cerebro, corazón, riñones, ...) que se afanan voluntariosos en cumplir con sus respectivos cometidos:
      

lunes, 1 de octubre de 2012

Puntos negros


En materia de tráfico, la expresión “punto negro” hace referencia a un tramo de la carretera donde son frecuentes los accidentes con víctimas, generalmente por causa de circunstancias dependientes de la vía: un cruce o cambio de rasante con mala visibilidad, una curva excesivamente pronunciada o peligrosa, ... Concretamente, desde el año 2000, la Dirección General de Tráfico define punto negro, de forma precisa, como “aquel emplazamiento perteneciente a una calzada de una red de carreteras en el que durante un año natural se hayan detectado 3 o más accidentes con víctimas con una separación máxima entre uno y otro de 100 metros”. Aunque la definición no es exactamente la misma, con frecuencia encontramos también la expresión “tramo de concentración de accidentes” para referirnos a los puntos negros. Eliminar un punto negro en la carretera, entonces, consiste en modificar esas circunstancias que dificultan la conducción segura, para de ese modo disminuir la accidentabilidad: mejorar la visibilidad de la zona si ello es posible, ubicar allí un semáforo, limitar la velocidad de circulación en el tramo peligroso, etc.

En el ámbito de la Dermatología, la expresión “punto negro” es la denominación vulgar frecuentemente empleada para referirse a lo que en el lenguaje técnico se denomina “comedón abierto”: son lesiones cutáneas planas o escasamente elevadas, con una coloración normal de la piel, que se caracterizan por tener un orificio central donde se acumula un material de consistencia sólida y de coloración oscura (prácticamente negra). La formación de los puntos negros tiene lugar cuando el conducto de un folículo piloso, en el que desembocan glándulas sebáceas, se rellena de secreción sebácea y queratina (células muertas de la superficie cutánea), con un contenido en melanina (el pigmento de la piel) que contribuye a conferirle ese color oscuro. En contra de lo que pueda pensarse, los puntos negros no son consecuencia de una falta de higiene, y se consideran una manifestación del acné en sus fases iniciales. Puesto que expulsar el material sólido oscuro que ocupa el centro del poro no es técnicamente difícil, la persona afecta tiende a intentarlo, simplemente presionando en las zonas circundantes, aunque los especialistas recomiendan no hacerlo de ese modo, ya que el traumatismo puede producir inflamación (usualmente, los comedones abiertos no presentan signos inflamatorios, salvo que sean dañados por el paciente en su intento de eliminarlos) e incluso dejar cicatriz.

Conocedor de la homonimia descrita (la idéntica denominación de uno y otro fenómeno), López Rubiño incluyó, en un número reciente de El Jueves (el nº 1843, aparecido el 19 de septiembre de 2012), este simpático chiste:



domingo, 16 de septiembre de 2012

Conceptos de farmacocinética


La farmacocinética es la parte de la farmacología que estudia los procesos a los que un fármaco es sometido en su paso por el organismo. Son objeto de interés y de estudio de la farmacocinética, entre otros, la vía de administración del fármaco; la forma de distribución del mismo; cómo y dónde se almacena, si fuera el caso; los mecanismos por los que se transforma en el interior del organismo (se metaboliza, es la expresión técnica), y de qué manera se elimina (se excreta), ya sea con su misma estructura original o bien modificado (se eliminarían, en este segundo caso, los productos de su metabolización, que reciben el nombre de metabolitos).  

 Las vías de administración de un fármaco pueden ser diversas: oral (en pastillas, cápsulas, jarabes), rectal (en supositorios), inhalatoria (a través del aparato respiratorio), intravascular (de éstas, la más usada es la intravenosa), intramuscular, subcutánea, etc.

Cuando se pretende aplicarlo en una zona concreta para que el efecto tenga lugar en esa zona, hablamos de administración tópica (colirios para los ojos, pomadas o ungüentos para la piel, ...). Cuando se pretende que se incorpore al torrente sanguíneo para que sea distribuido por todo el organismo (o para que llegue a estructuras que no nos resultan accesibles de forma directa), hablamos de administración sistémica. La cantidad de fármaco administrado por una vía concreta que finalmente alcanza de forma efectiva el torrente sanguíneo recibe el nombre de biodisponibilidad. Como puede deducirse, a no ser que el fármaco se administre directamente por via intravascular (por inyección), la biodisponibilidad no suele ser del 100%, sino menor.

No todas las vías posibles pueden utilizarse para cualquier medicamento. A veces, alguna vía puede resultar ineficaz (por ejemplo, si un fármaco no se absorbe bien por el tubo digestivo, no tiene sentido administrarlo por vía oral: en este caso, la biodisponibilidad es demasiado pequeña, o hasta nula) o incluso peligrosa. Dependiendo del fármaco y de la intención con que se utiliza, siempre habrá una vía más adecuada que otras (teniendo en cuenta, además, que algunas son molestas o dolorosas, por lo que, a igualdad de condiciones, optaremos por las que presenten menos inconvenientes).
   
En su entrega correspondiente a la semana pasada (en el número 1.841 de El Jueves, aparecido el 5 de septiembre de 2012), Mel presenta a su personaje Genaro (de la serie “Genaro... La brasa en casa”) rociando a una cucaracha por error con un medicamento intiinflamatorio, convencido de estar utilizando un insecticida:











En la viñeta central de la tira, ambos personajes se miran expectantes, inmóviles y silenciosos, durante lo que podemos interpretar como escasos segundos: Genaro espera que la cucaracha muera de un momento a otro; la cucaracha, por su parte, no reacciona, pues todavía no ha notado ningún cambio. Esa viñeta completamente muda representa (de forma magistral, además), lo que llamamos “periodo de latencia” de un fármaco. En farmacología, el periodo de latencia es el tiempo que transcurre desde que se administra un fármaco hasta que se inicia su efecto. Como muestra la viñeta de Mel, la aparición del efecto no suele ser inmediata. Que tarde más o menos en iniciarse depende de múltiples factores. El fármaco administrado, por supuesto, es uno de ellos. La vía de administración también suele ser relevante en este sentido. Con carácter general, las vías de administración sistémica que garantizan un menor periodo de latencia suelen ser la vía intravascular y la vía inhalada. También la vía sublingual puede ser satisfactoriamente rápida en algunas ocasiones, cuando el fármaco se presenta de tal forma que sea posible su paso directo a los vasos sanguíneos de debajo de la lengua antes de que la saliva se lo lleve.

martes, 7 de agosto de 2012

Satiriasis


Nos llega la triste noticia del fallecimiento, el pasado 4 de agosto, del autor italiano Giuseppe Coco (Biancavilla, 1936-2012).

Aún cuando no era un autor muy conocido en España (aunque muestras de su obra fueron incluidas en revistas de humor gráfico y cómics de los años 70 y 80 del siglo pasado), Coco publicó en este país una antología de viñetas protagonizadas por sátiros, con el título, precisamente, de Los Sátiros (Editorial Astri, S.A., Barcelona, 1989).

Los sátiros son criaturas masculinas de la mitología griega que solían representarse frecuentemente como seres mitad humanos y mitad carneros, con orejas puntiagudas, cuernos y cola de cabra. En la mitología romana se les solía identificar con los faunos, lo cual implicaba atribuirles también pies de cabra. Con ese aspecto los plasmó Coco en su obra:
























Los sátiros se relacionaban con la actividad sexual masculina (y no era raro que su representación iconográfica por los autores clásicos incluyera una erección), motivo por el cual, en la actualidad, el término satiriasis se utiliza para referirse al trastorno por hipersexualidad masculina. La hipersexualidad (frecuentemente identificada con la llamada adicción al sexo) es el deseo de mantener un nivel de comportamiento sexual humano lo suficientemente alto como para ser considerado patológico: se tiene una necesidad difícilmente controlable de sexo de todo tipo, desde relaciones sexuales con otras personas hasta masturbación o consumo de pornografía, aún cuando ello pueda ocasionar consecuencias negativas en diversos ámbitos de la vida de la persona (problemas laborales, económicos, familiares, ...).

La satiriasis aparece en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) entre las llamadas disfunciones sexuales de origen no orgánico (F52), como un tipo de impulso sexual excesivo (F52.7), junto a la llamada ninfomanía, que es su equivalente en la mujer.

Por el contrario, los términos de satiriasis y ninfomanía no se contemplan como trastornos específicos en la otra clasificación de enfermedades que suelen manejar los psiquiatras, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV). La explicación es que no todos los autores están de acuerdo en considerarlo un trastorno psiquiátrico, pues es una evidencia que el deseo sexual varía considerablemente de una persona a otra (aunque hay consenso en considerarlo patológico cuando causa incomodidad manifiesta o interfiere en el funcionamiento social normal). En ocasiones, pueden aparecer en el contexto de enfermedades psiquiátricas diagnosticadas o de alteraciones hormonales.

martes, 26 de junio de 2012

La sangre como metáfora


Hace unos días (el 21 de junio) se publicaba en el Diario de Cádiz un chiste de Mel en el que, de nuevo, se utilizaba la sangre como símil para referirse a los recortes que el Gobierno, las Comunidades Autónomas y las Administraciones Locales están llevando a cabo, directamente sobre prestaciones y servicios y sobre las retribuciones de los empleados públicos, o indirectamente por medio de aumento de impuestos:









La metáfora es un recurso consistente en establecer una identificación entre dos términos, de manera que para referirse a uno de ellos se nombra el otro. Las metáforas son frecuentes en medicina. Puesto que la medicina es una ciencia que ha ido construyéndose a partir de la observación de la realidad, es frecuente que se recurra a comparaciones para dar nombre a las cosas y a los fenómenos observados y enriquecer, mediante el establecimiento de semejanzas, las descripciones de los mismos.

Como venimos viendo en este blog desde su inicio, las metáforas también son frecuentes en el humorismo.

Utilizar la metáfora de la sangre no está exento de connotaciones, pues puede tener múltiples significados.  Nos gustará entrar, en un futuro, a analizar algunos de ellos, pero de momento nos limitaremos a destacar lo que supone en el contexto al que se refiere el chiste, donde implica una valoración ética. Desde un punto de vista puramente físico (de lo tangible), asumimos que no hay nada más íntimo que los propios fluidos corporales, de entre los cuales la sangre es imprescindible para la vida. Metafóricamente hablando, sacar la sangre a otro en contra de su voluntad significa sacar provecho de esa persona despojándola incluso de aquéllo que le resulta imprescindible, de aquéllo sin lo cual no puede vivir: quien le saca la sangre a otro, quien le chupa la sangre, actúa de un modo implacablemente egoísta sin detenerse ante el daño irreparable que causa. 

La sangre supone aproximadamente un 7% del peso del organismo, por lo que suele aceptarse que un ser humano adulto de unos 70 kgrs de peso tendría en su organismo casi 5 litros de sangre. 

Al menos, esa es la cantidad que teníamos cada uno de nosotros antes de que empezaran los recortes.

(Lógicamente, esto último no es más que una broma... en forma de metáfora).

Mientras presenciamos cómo se va desmontando, pieza a pieza (he aquí una metáfora), nuestro Estado Social, llama la atención constatar que hay sectores o instituciones, como las entidades financieras, en cuya garantía de permanencia y estabilidad no se escatima. Sin duda, nos resultaría más fácil entender las prioridades establecidas o compartidas por nuestros gobernantes si quienes tienen la información no se hubiesen atrincherado (he aquí otra metáfora) obstinadamente en la negativa a explicárnoslas. Mientras ese momento llega, los humoristas plasman, a veces de modo magistral, este sentimiento de perplejidad. Sirva como ejemplo esta elocuente portada de El Jueves, correspondiente a su número 1825 (16 de mayo de 2012) y firmada por Manel Fontdevila y Monteys:






















Resulta desasosegante la facilidad con que Gobierno, Comunidades Autónomas y Administraciones Locales pueden erradicar, de la noche a la mañana, lo que eran derechos consolidados desde años atrás: eliminar la gratuidad de las asistencia sanitaria o de prestaciones como la farmacéutica a determinados colectivos, modificar de forma unilateral los salarios de los funcionarios, vetar o endurecer el acceso a servicios públicos, ... Ante esta realidad, no podemos sino suscribir la acertada conclusión que plasmó Mel en su chiste aparecido en Diario de Cádiz el 25 de noviembre del año pasado:











viernes, 22 de junio de 2012

De sangrías y sanguijuelas


El pasado 9 de mayo de 2012, la revista El Jueves (en su número 1824) incluía un chiste de Philippe Lejeune en el que, en clara alusión a los recortes en servicios públicos y prestaciones sociales, se atribuía a Rajoy la condición de médico presto a prescribir una sangría cada viernes como “receta para España”:






















En las culturas más diversas y alejadas temporal y espacialmente (los babilonios, los egipcios, los hindúes, los chinos, los aztecas, ...), las sangrías se han utilizado durante cientos de años como remedio para enfermedades múltiples y dispares. En la civilización occidental, el principal fundamento de su empleo residía en la creencia de que algunas enfermedades tenían su causa en un estancamiento de los fluidos orgánicos (conocidos con el término de “humores” en las obras de autores clásícos como Hipócrates y Galeno) en ciertas partes del organismo, y que, por tanto, provocar una hemorragia era la solución adecuada.

Para extraer la sangre se utilizaban métodos variados. Uno de los más simples era producir un corte en una vena y dejarla sangrar (técnica cuyo nombre es, de forma más precisa, flebotomía), pero también los había más complejos, como la utilización de ventosas o copas de succión, las cuales, mediante un mecanismo de vacío, producían un efecto de succión sobre la piel que hacía que la sangre saliera de los vasos sanguíneos (fenómeno que, en el lenguaje técnico, recibe el nombre de extravasación), o como la utilización de sanguijuelas (animales que son parásitos hematógenos, esto es, que se alimentan de sangre, y que, por tal condición, son capaces de extraerla del cuerpo de sus víctimas). El nombre científico de la sanguijuela común es Hirudis medicinalis, precisamente por esa utilidad que se le atribuía.    

Hoy sabemos que, en realidad, esta práctica, lejos de sanar las enfermedades para cuyo tratamiento se utilizaba, con frecuencia contribuía al debilitamiento del enfermo o favorecía la aparición de infecciones, pudiendo dificultar o impedir una evolución favorable.

Evidentemente, al abandono de la práctica es a lo que hace alusión este chiste de Mike Mosedale, en el que un personaje encuentra dentro de un botiquín únicamente un tarro lleno de sanguijuelas:




















No obstante, a pesar de lo anterior, hay determinadas situaciones clínicas que pueden beneficiarse de una extracción de sangre controlada (como, en algunos casos, las llamadas poliglobulias, que son situaciones en las que hay un exceso de glóbulos rojos en la sangre, por causas diversas), por lo que aún en la actualidad se emplean las sangrías, si bien de forma muchisimo más selectiva. ¡Incluso las sanguijuelas siguen utilizándose en pleno siglo XXI!: precisamente su forma pausada de absorber la sangre puede ser útil para decongestionar zonas en las que, efectivamente, puede acumularse aquélla tras una intervención quirúrgica, y una sustancia anticoagulante que contiene su saliva, la hirudina, ha sido copiada por el ser humano para su empleo en la prevención de las trombosis. 

Esperemos que las sangrías con las que amenaza "el buen doctor Rajoy" en el chiste de Lejeune (cuya periodicidad el propio chiste hace coincidir con el día de la semana en que se celebran las reuniones del Consejo de Ministros) no sean, para nuestro vulnerable Sistema Nacional de Salud, un remedio peor que la propia enfermedad.

lunes, 30 de abril de 2012

Sobre estrés e hipertensión arterial



Entre los cambios diversos que van a llevarse a cabo en el Sistema Nacional de Salud como consecuencia de la crisis económica se incluye la participación de los pensionistas, que hasta ahora disfrutaban de gratuidad en la prestación farmacéutica, en la financiación de los medicamentos que les sean prescritos.

Muchas son las referencias que los humoristas gráficos han hecho en las últimas semanas a los recortes en sanidad, y particularmente al que acabamos de mencionar. De entre tales referencias, hemos seleccionado algunas que nos van a permitir abordar en este blog conceptos de carácter científico.

El primer ejemplo se debe al lápiz de Mel, quien el 19 de abril publicaba en Diario de Cádiz un chiste en el que dos ancianos se proponían no dejarse llevar por la emoción ante la noticia, para no agravar su condición de hipertensos:










En efecto, el planteamiento tiene un fundamento científico.    

Tensión arterial es la denominación que damos a la presión con que la sangre circula por las arterias del organismo. Esa presión depende de circunstancias diversas, algunas de las cuales se relacionan con el funcionamiento del corazón (cuyo latido continuo, sin descanso ni siquiera durante el sueño, impulsa la sangre como una bomba hidráulica), y otras con la cantidad de sangre que hay en el torrente sanguíneo (por ese motivo, cuando se pierde sangre por una hemorragia, la tensión arterial cae) o con la resistencia que las propias paredes de las arterias pueden ofrecer al paso de la sangre (pues tales arterias no son tuberías inertes, sino que, por el contrario, reaccionan a diversos estímulos aumentando o disminuyendo su calibre mediante los mecanismos que llamamos de vasoconstricción o vasodilatación).

Sabemos que cuando la tensión arterial sobrepasa determinados niveles, se relaciona con una mayor probabilidad de aparición de enfermedades vasculares, como infarto agudo de miocardio o hemorragias cerebrales. Por ello, cuando la tensión arterial sube por encima de los niveles que consideramos deseables, hablamos de hipertensión arterial. La hipertensión arterial es una condición que puede pasar desapercibida a quien la padece (ni duele ni produce ninguna otra sensación subjetiva identificable) y que se considera un factor de riesgo importante para enfermedades como las que hemos mencionado.      

Pues bien, sabemos que, efectivamente, el estrés psíquico o la ira pueden aumentar la tensión arterial.

En situaciones de estrés o ansiedad, se activa el sistema nervioso simpático, liberándose hormonas (como la adrenalina y la noradrenalina) que preparan al organismo para la lucha o para la huida. Entre sus efectos, se incluye un aumento del rendimiento cardiaco (por incremento de la frecuencia cardiaca y de la fuerza de contracción) y vasoconstricción en algunas zonas del organismo (para aumentar la disponibilidad de sangre y, por tanto, de oxígeno, que llega a los músculos), todo lo cual puede traducirse en un aumento de la tensión arterial. Un estrés mantenido, o cuadros de ansiedad repetidos, pueden desencadenar cambios fisiológicos que hagan que una persona que previamente tenía cifras normales de tensión arterial sea diagnosticada de hipertensa, o que resulte más difícíl tratar una hipertensión previamente conocida.

Ojalá, entonces, fuésemos capaces de controlar nuestras emociones negativas como proponen los personajes del chiste de Mel. Lástima que no siempre sea fácil.