domingo, 29 de mayo de 2011

Participación ciudadana.


Si la aseveración que justifica el título de este blog (“Por el humor se sabe dónde está el fuego”) es cierta, no cabe duda de que durante la semana pasada (del 16 al 22 de mayo) las calles y plazas de nuestras principales ciudades (con el foco de ignición en la Puerta del Sol de Madrid) han estado ardiendo de forma ininterrumpida: porque las concentraciones y acampadas de los autodenominados “indignados” del movimiento conocido como 15-M no solamente han ocupado cada día las portadas de nuestros principales periódicos, sino que, y a esto es a lo que nos referimos, la inmensa mayoría de los humoristas gráficos que han publicado en la prensa diaria española les ha dedicado atención: una atención más o menos intensa, con una valoración más o menos explícita (y de diverso signo) del fenómeno, pero casi todos los humoristas gráficos durante esa semana han sido conscientes de que lo que más interesaba a la opinión pública (mucho más, sin duda, que los actos de campaña desarrollados por los distintos partidos, que han quedado en un clarísimo segundo plano) era precisamente ese tema.

Algunos de esos chistes hicieron referencia al origen del fenómeno en las redes sociales, como el de MEL aparecido el 18 de mayo en El Diario de Cádiz, que fue muy celebrado en Internet durante los días posteriores a su publicación:


Otros se centran en las reacciones de la sociedad española frente al asunto, como este otro también de MEL, publicado al día siguiente en el mismo periódico, que evidencia las contradicciones de algunos analistas:










Puestos a analizar el significado o las consecuencias del movimiento, es difícil, probablemente, ser más elocuente que la excelente viñeta de El Roto que apareció en El País el mismo día 18:























Hay otros chistes que, por el contrario, nos han parecido más difíciles de entender, como este de Esteban publicado en La Razón el 21 de mayo:
















Y nos ha costado más trabajo entenderlo porque parece encerrar una valoración despectiva del movimiento basada en atribuirle la pretensión de que “no tener nada mejor que hacer sea declarado de interés general”, cuando no cabe la menor duda de que el hecho de que decenas de miles de personas no tengan (por utilizar las mismas palabras que el autor) “nada mejor que hacer” que echarse a la calle para manifestar su descontento, o que decenas de miles de personas sean capaces de desafiar la ley al concentrarse pacíficamente en espacios públicos como signo de protesta durante la llamada jornada de reflexión a pesar de la prohibición expresa de la Junta Electoral Central es (y no “debería ser”, sino que es), evidentemente, un fenómeno de interés general: durante esa semana, las portadas de todos los periódicos generalistas y la mayoría de sus secciones de humor gráfico así lo prueban.

Tratándose de un movimiento espontáneo, sin consignas predeterminadas, en el que cualquier participante podía expresarse libremente mediante carteles, pancartas o anotaciones improvisadas, resulta interesante ver qué protestas estaban relacionadas con aspectos sanitarios. Aunque otros servicios o competencias públicas eran objeto de múltiples reproches, denostar la atención prestada a través del Sistema Nacional de Salud no era uno de los objetivos (al menos, mayoritarios) de los manifestantes. Aunque el mobiliario urbano en las múltiples plazas ocupadas estaba cubierto de papel con expresiones de descontento y protesta, no era frecuente encontrar frases que se quejaran precisamente de la provisión de servicios sanitarios: un dato importante para la reflexión y, en nuestra opinión, un motivo de orgullo para quienes día a día se encargan de ese cometido.

Las referencias más habituales a los aspectos sanitarios se centraban en el temor a posibles restricciones presupuestarias que pudieran condicionar, después de las elecciones, cierre de servicios o recorte de prestaciones, como acertadamente recogía Manel Fontdevila en la portada de El Jueves nº 1773, que precisamente podía verse en los quioscos durante esos días:
























En fechas posteriores, superada ya la tensión de la inminencia de las votaciones, los acampados han debatido con más sosiego para consensuar propuestas, y han hablado, entre otros muchísimos temas, de las listas de espera (llegando a proponer aumentar la contratación personal sanitario hasta acabar con las mismas), uno de los factores que la población más percibe como evidencia de deterioro de la calidad del sistema, y que constituye una preocupación social desde mucho tiempo atrás, como evidencian estos dos chistes de Tom, aparecidos ambos en El Jueves nº 524 el 10 de junio de 1987, poco más de un año después de que la llamada Ley General de Sanidad sentara las bases de nuestro actual Sistema Nacional de Salud (algo de lo que también hablaremos en el futuro):































...un Sistema Nacional de Salud que precisamente establece, entre su principios generales, que “los servicios públicos de salud se organizarán de manera que sea posible articular la participación comunitaria” nada menos que “en la formulación de la política sanitaria y en el control de su ejecución”.

domingo, 22 de mayo de 2011

Los ftalatos.

El pasado 30 de marzo, cuando la prensa ya había empezado a hacerse eco a diario de la lucha de los japoneses por controlar el desastre de Fukushima, Olivero publicó en su blog Olivero, dessin de presse un chiste sobre contaminación nuclear que va a permitirnos hacer un paréntesis para abordar un tema diferente:






















En el chiste, el primero de los personajes informa de que el agua del grifo está contaminada, y ofrece a su compañero beber agua embotellada. El segundo personaje declina la invitación y rechaza la botella, argumentando que no quiere “ftalatos”.

Los ftalatos son un grupo de compuestos químicos derivados del ácido ftálico que se añaden a los plásticos para ablandar y aumentar la flexibilidad de éstos (las sustancias que se emplean en la fabricación de plásticos con esa finalidad reciben el nombre genérico de plastificantes). Sin embargo, al no quedar químicamente unidos a la matriz plástica, pueden desprenderse con el tiempo y el uso y emigrar al ambiente, y de esta forma puede tener lugar la exposición del ser humano.

Aunque no conocemos bien los posibles efectos sobre la salud humana de la exposición a los ftalatos, las conclusiones de estudios hechos con animales aconsejan tomar precauciones respecto a algunas de estas sustancias, pues sabemos que superar ciertos niveles de exposición a distintos ftalatos puede provocar efectos perjudiciales en aquéllos. Evidentemente, no pueden hacerse estudios experimentales con estas sustancias en el ser humano, pues si se sabe o se sospecha que tienen carácter tóxico, no es posible (no es ético, ni es lícito) administrarlos intencionadamente a los participantes en el estudio.

A partir de 1999 la Comisión Europea prohibió el uso de ftalatos en juguetes para niños, considerando que estas sustancias pueden ser especialmente peligrosas en los juguetes que los bebés y los niños pequeños se introducen en la boca, pues la absorción de ftalatos por este mecanismo podría exceder la dosis máxima diaria que se considera segura para el ser humano, y tener repercusiones a largo plazo en la salud.

Se han prohibido seis ftalatos en este tipo de juguetes: el di(2-etilhexil)ftalato (DEHP), el dibutilftalato (DBP o DNBP) y el butilbencilftalato (BBP), que podrían tener efectos negativos sobre la reproducción o el desarrollo; el diisononilftalato (DINP) y el diisodecilftalato (DIDP), que podrían tener efectos negativos sobre el hígado; y el dinoctilftalato (DNOP), que podría tener efectos negativos sobre el hígado y sobre la glándula tiroides.

En 2005, la prohibición se hizo permanente mediante la Directiva europea (2005/84/EC), que es de obligado cumplimiento para todos los países miembros. La Directiva amplió la prohibición para añadir no únicamente juguetes sino también productos de puericultura que los niños pequeños pudieran igualmente introducirse en la boca (un artículo de puericultura es cualquier producto destinado a facilitar el sueño o la relajación, como los chupetes, la higiene, la alimentación o la succión de los niños, como las tetinas de los biberones).

Por el contrario, las botellas de agua suelen fabricarse con Tereftalato de polietileno (también llamado politereftalato de etileno, polietilentereftalato o polietileno Tereftalato), más conocido por las siglas de su nombre en inglés (PET, de Polyethylene Terephtalate), que frecuentemente podemos identificar en las etiquetas de los envases. Se trata de un tipo de plástico que pertenece al grupo de materiales sintéticos denominados poliésteres. Ha superado los controles necesarios para su uso en materiales que se encuentren en contacto con productos alimenticios, pues no es tóxico y, a pesar de que su nombre contiene la palabra “ftalato”, no libera ftalatos a los alimentos o líquidos con los que pueda estar en contacto. Es, además, totalmente reciclable. Todo ello lo convierte en candidato ideal para la fabricación de botellas para agua mineral o refrescos carbonatados (de hecho, en España la normativa de aplicación, actualizada en enero de 2011, establece que los envases se tratarán o fabricarán de forma que se evite cualquier alteración de las características químicas de las aguas).

No obstante, es probablemente la similitud de su nombre la que hace que muchas personas lo relacionen con los ftalatos y se muestren, por ello, injustificadamente recelosos ante su utilización. Lo cual explica la perplejidad puesta de manifiesto en este chiste de Cathy Thorne aparecido en su página web (Everyday People Cartoons) en septiembre de 2008:

martes, 10 de mayo de 2011

Conceptos de accidente e incidente.


En contraste con la inquebrantable fe en las instituciones de que hacían gala los personajes ficción de los que hablábamos en nuestras dos entradas anteriores, la reacción más frecuentemente plasmada en los chistes gráficos publicados en las semanas posteriores al desastre de Fukushima es la desconfianza hacia las mismas.

Desconfianza, por un lado, hacia su capacidad para gestionar la crisis mencionada o para evitar crisis futuras en otras centrales nucleares, como queda patente en estos chistes de Faro, aparecidos en su página web los días 17 y 19 de marzo de este año:
































Y desconfianza también, por otra parte, hacia los mensajes institucionales que proporcionan información sobre los detalles del accidente o, de forma extensiva, sobre los riesgos que entraña la energía nuclear, asumiendo que sistemáticamente tenderán a minimizarlos. Un claro ejemplo de esto lo constituye el chiste de Briant Arnold aparecido en Cartoon a Day el 25 de marzo:


















Incluso en este otro chiste de Faro, aparecido en su página web el 7 de abril, cuando el personaje que habla alude a alguien que les proporcionó una información ilusionante que resultó no corresponderse con la dramática realidad, no es difícil que el lector identifique a esa tercera persona del plural con los poderes públicos:
















Y es en la siguiente obra del mismo autor, que data también del 25 de marzo, en la que queríamos detenernos, porque nos va a permitir abordar los conceptos de accidente e incidente:
















En primer lugar, hemos de decir que la acepción con que aquí se usa el término “incidente” no está aún recogida en el Diccionario de la Real Academia Española. Estamos, por tanto, moviéndonos en el terreno de los tecnicismos (es decir, de los términos técnicos, empleados en una disciplina de forma exclusiva o, como en este caso, con una acepción diferente de la que tiene en el lenguaje común).

En la legislación laboral, el accidente de trabajo está definido de forma expresa: podemos entender por tal “toda lesión corporal que el trabajador sufra con ocasión o por consecuencia del trabajo”. En el pasado, esta definición sólo era aplicable a quienes trabajaban por cuenta ajena, pero en la actualidad la protección por accidente de trabajo puede extenderse también a quienes trabajan por cuenta propia.

En el mismo ámbito, se denomina incidente a cualquier suceso no esperado ni deseado que NO dando lugar a pérdidas de la salud o lesiones a las personas, puede ocasionar daños materiales (a la propiedad, equipos, productos) o al medio ambiente, pérdidas de producción o aumento de las responsabilidades legales. Son, por tanto, los eventos anormales, indeseados, que se presentan en una actividad laboral y que conllevan un riesgo potencial de lesiones o daños materiales, pero en los cuales no se concretan lesiones corporales (pues, en caso de concretarse, ya hablaríamos de accidente). Puesto que no ocasionan lesiones a los trabajadores expuestos, también se les ha llamado “accidentes blancos”.

Resulta evidente que no son estas las acepciones con que dichos términos se usan en el lenguaje coloquial, pero resulta igualmente evidente que es a ésto a lo que el autor arriba mencionado se está refiriendo.

sábado, 7 de mayo de 2011

Glándula tiroidea y radiaciones


¿Existe algún tratamiento médico que contrarreste o anule los efectos de las radiaciones sobre el organismo humano? Parece evidente que James, el protagonista de la historia “Cuando el viento sopla” de Raymond Briggs, de la que hablábamos en nuestra entrada anterior, estaba convencido de ello:










Pero ya sabemos que James hacía gala de un optimismo entusiasta en todas las facetas de su vida. Y en este caso no puede decirse que estuviera, precisamente, muy bien informado.

Hemos sabido, no obstante, que en Japón el gobierno ha repartido tabletas de yoduro de potasio a los residentes de las inmediaciones de la planta de Fukushima, y sabemos también que otros países han hecho acopio de estas tabletas y tienen reservas disponibles de yoduro de potasio para utilizar en casos de emergencia.

Veamos, entonces, qué efecto tienen.

La glándula tiroidea (también llamada tiroides) es una glándula que tenemos alojada en la parte anterior del cuello. Produce hormonas imprescindibles para el correcto funcionamiento del organismo, pues juegan un papel esencial en el metabolismo. Para la fabricación de estas hormonas es necesario el iodo (que también puede escribirse “yodo”), por lo cual la glándula tiroidea capta el iodo de la sangre. Podemos decir que tiene “querencia” o “apetencia” por el iodo que lleva la sangre, y lo absorbe para utilizarlo como elemento fundamental en la fabricación de sus hormonas.

Pues bien, sucede que el iodo radiactivo puede ser uno de los elementos que se liberen al ambiente en caso de un accidente nuclear. Si pasa al organismo humano, será captado por la tiroides. Esta glándula no discrimina entre iodo radiactivo o iodo no radiactivo: si es iodo, se lo queda. Ese es el motivo por el cual en caso de personas sometidas a un exceso de radiaciones es frecuente el cáncer de tiroides: el iodo radiactivo es nocivo para la glándula, y puede producir en ella la aparición de un tumor.

El yoduro de potasio, como su nombre indica, tiene iodo en su composición: iodo, claro está, no radiactivo. El iodo de las tabletas es absorbido por la tiroides, y de esta forma la glándula tiene menos apetencia por el iodo radiactivo, pues cubre sus necesidades con iodo no radiactivo. Ese es el mecanismo (¡así de simple!) por el cual el yoduro de potasio protege a la tiroides del efecto del iodo radiactivo, disminuyendo la probabilidad de aparición de cáncer de tiroides en las personas expuestas.

No obstante, su utilidad es limitada. Por una parte, únicamente puede tomarse a dosis moderadas, pues de lo contrario tendría efectos tóxicos. Además, si el daño ya está hecho, no lo revierte. Por otra parte, de lo expuesto puede deducirse que si la contaminación radiactiva está causada por elementos diferentes del yodo (como plutonio, cesio o estroncio), esas tabletas no tendrían efecto alguno. Y, finalmente, su efecto no es general sobre la totalidad del organismo: en el mejor de los casos, el único órgano que resulta protegido es la glándula tiroides.

Aunque tiene la utilidad descrita, no se trata, por tanto, de ningún medicamento mágico que revierta o anule los efectos de las radiaciones sobre el organismo humano.

Lamentablemente, entonces, las elevadas expectativas de James estaban condenadas a verse defraudadas. Pero, en honor a la verdad, probablemente a ninguno nos extraña en exceso esa confianza en la existencia de un remedio farmacológico que solucionara su problema: porque vivimos en una sociedad que con frecuencia busca soluciones médicas (mediante el empleo de procedimientos o recursos médicos diseñados para tratar enfermedades) incluso a problemas que, en esencia, no son problemas médicos, (aún cuando atañan al bienestar humano, como el envejecimiento, la infelicidad, la frustración o la soledad). Sobre este fenómeno (que recibe el nombre de medicalización, término que en la fecha en que escribimos estas líneas aún no ha sido incorporado al Diccionario de la Real Academia Española) y sus consecuencias hablaremos, por supuesto, en futuras entradas de este blog. De momento, para ir abriendo boca, finalizaremos remitiendo al lector a un excelente chiste de Dave Coverly, aparecido el 15 de diciembre de 2009 en su página Speed Bump, que habla por sí solo y plantea una reflexión interesante sobre este asunto:


miércoles, 4 de mayo de 2011

Reseña: "Cuando el viento sopla", de Raymond Briggs.


La viñeta con que abrimos esta entrada pertenece a la edición en español del cómic “Cuando el viento sopla” (traducción literal de su título original en inglés, “When the wind blows”), del británico Raymond Briggs. Esta viñeta entronca directamente con el foco de atención de nuestra entrada anterior, pues representa el momento en que los protagonistas de la historia se preguntan de qué modo podrían reconocer la lluvia radiactiva:











Cuando el viento sopla” apareció en 1982, y fue toda una sorpresa que Ediciones Debate ofreció al mercado español en 1983. Su autor, un conocido ilustrador de cuentos infantiles, escribe el guión y realiza el dibujo de una historia estremecedora en la que, usando únicamente dos personajes, refleja de un modo completamente creíble cómo la gente corriente podría enfrentarse, desde el desconocimiento más absoluto, a una tragedia nuclear, y hasta qué punto podrían verse afectados por sus consecuencias.

Los protagonistas, James y Hilda (los miembros de un matrimonio anciano de una zona rural inglesa), posan con una sonrisa tímida en la portada mientras, detrás de ellos, estalla la bomba que marcará sus vidas de un modo irreversible; una bomba que, en la ficción, es la consecuencia de un enfrentamiento bélico entre Gran Bretaña y Rusia:























La obra tiene 40 páginas de historieta, por lo que, en esta ocasión, no estamos ante un chiste gráfico, sino ante una historia larga contada mediante una sucesión de dibujos: lo que los aficionados a los cómics llamamos “novela gráfica”. Es, además, una obra dramática, tristísima, en la cual, no obstante, precisamente la ingenuidad y el desconcierto de los dos ancianos (los cuales también hacen gala de una a todas luces desproporcionada confianza en sus gobernantes), en contraste con la extrema gravedad de la situación, dan pie a situaciones de cierta comicidad. No es, pese a todo, una obra desesperanzada, porque ambos personajes exhiben una férrea voluntad de continuar viviendo (reflejada magistralmente en el rechazo a renunciar a las pequeñas rutinas de su plácida vida), se apoyan y animan mutuamente y en ningún momento dejan de esperar con obstinación que llegue ayuda del exterior, de forma que aún cuando, afectados por la radiación, están viéndose morir lentamente el uno al otro, ni ellos mismos (ni siquiera el lector), aceptan tal certeza. Y el lector entiende que, aunque la tragedia de Hilda y James no es reversible, su sufrimiento debe resultar ejemplificante: porque la ignorancia y la actitud de estos personajes, que no entienden de conflictos internacionales, que únicamente quieren seguir en paz con sus vidas mientras delegan decisiones trascendentales en sus gobernantes con ciega confianza en el criterio de éstos, son una ignorancia y una actitud que pueden tener consecuencias irreparables.

La moraleja de la obra de Briggs sigue plenamente vigente: la sombra de un conflicto nuclear no se encuentra hoy entre las principales preocupaciones de los ciudadanos; sin embargo, los accidentes nucleares no son una ficción, e ignorarlo es irresponsable. Pallarés lo reflejó con humor en una de las primeras tiras de su personaje Baldomero, aparecida en El Jueves en 1999 y posteriormente recogida en el primer álbum recopilatorio de la serie:









Retomemos, ahora, la pregunta que formulaba Hilda al inicio de esta entrada: ¿Qué aspecto tiene la lluvia radiactiva?

Como vimos en la entrada anterior, no cabe entenderla como agua que cae, ni cabe atribuirle, como propone James en la misma viñeta aludida, forma de nieve (aunque sí es evidente que tanto el agua, en caso de lluvia, como la nieve, en caso de nevada, arrastrarán hacia el suelo cuanto encuentren en suspensión en la atmósfera). De hecho, ni siquiera podemos contar con que las partículas tengan un tamaño macroscópico: es decir, que pueden ser tan pequeñas que pasen desapercibidas al ojo humano, y no por ello serían inofensivas. Hilda, por tanto, se equivoca de pleno cuando aventura lo contrario:











Como ya hemos comentado en el pasado en este blog (recuérdense los virus, cuyo tamaño los hace invisibles al ojo humano), y seguiremos comentando en el futuro, son múltiples los riesgos para la salud que escapan a lo que nuestros sentidos pueden captar, y pueden pasar, por tanto, desapercibidos si no se tienen en cuenta (de hecho, algunos padecimientos como la hipertensión o la diabetes han sido referidos con frecuencia con el impactante nombre de “asesinos silenciosos”, porque pueden no producir síntomas hasta que el daño causado ya es irreversible), por lo que es conveniente conocerlos para actuar en consecuencia.

Aunque la novela gráfica “Cuando el viento sopla” está actualmente descatalogada en España, fue adaptada al cine de un modo muy fiel en 1986 (precisamente el mismo año en que ocurrió el accidente de Chernobil), en una película de dibujos animados dirigida por Jimmy T. Murakami, con guión del propio Briggs: dibujos animados cuyo público destinatario, como puede deducirse de la lectura de los párrafos anteriores, no es precisamente el público infantil. Y sería estupendo que alguna editorial se animase a reeditar el cómic de Briggs en este país: un tebeo que tampoco es para niños.

domingo, 1 de mayo de 2011

La lluvia radiactiva.

Entre los chistes que nos parecían adecuados para analizar en nuestra entrada anterior hay uno que finalmente preferimos reservar para introducir un concepto nuevo. Se trata de una obra del humorista italiano Frago que hace clara referencia a la lluvia radiactiva (se llama, precisamente, Nuclear rain -Lluvia nuclear-, y data de marzo de 2011):






















Lluvia radiactiva es el nombre que damos a la caída de partículas radiactivas desde la atmósfera después de su liberación como consecuencia de una explosión o accidente nuclear. Las partículas de material radiactivo que han escapado como consecuencia del accidente o de la explosión se difunden por la atmósfera (incluso, si la potencia de la explosión es suficiente, podrían llegar hasta la estratosfera), desde la que posteriormente descienden hacia el suelo, donde se sedimentan. Se trata, pues, de un peligro de contaminación radiactiva residual posterior al accidente o explosión, que no solamente podría actuar de forma directa sobre la vegetación, los animales y los seres humanos, sino también de forma indirecta, por contaminación del agua y de la cadena alimentaria.

En relación con esto último y con motivo del accidente de Fukushima, Dave Wolland publicó en su blog el pasado 26 de marzo un dibujo titulado Radiant Blossoms -Flores radiantes- que es pura poesía: