Si la aseveración que justifica el título de este blog (“Por el humor se sabe dónde está el fuego”) es cierta, no cabe duda de que durante la semana pasada (del 16 al 22 de mayo) las calles y plazas de nuestras principales ciudades (con el foco de ignición en la Puerta del Sol de Madrid) han estado ardiendo de forma ininterrumpida: porque las concentraciones y acampadas de los autodenominados “indignados” del movimiento conocido como 15-M no solamente han ocupado cada día las portadas de nuestros principales periódicos, sino que, y a esto es a lo que nos referimos, la inmensa mayoría de los humoristas gráficos que han publicado en la prensa diaria española les ha dedicado atención: una atención más o menos intensa, con una valoración más o menos explícita (y de diverso signo) del fenómeno, pero casi todos los humoristas gráficos durante esa semana han sido conscientes de que lo que más interesaba a la opinión pública (mucho más, sin duda, que los actos de campaña desarrollados por los distintos partidos, que han quedado en un clarísimo segundo plano) era precisamente ese tema.
Algunos de esos chistes hicieron referencia al origen del fenómeno en las redes sociales, como el de MEL aparecido el 18 de mayo en El Diario de Cádiz, que fue muy celebrado en Internet durante los días posteriores a su publicación:
Otros se centran en las reacciones de la sociedad española frente al asunto, como este otro también de MEL, publicado al día siguiente en el mismo periódico, que evidencia las contradicciones de algunos analistas:
Puestos a analizar el significado o las consecuencias del movimiento, es difícil, probablemente, ser más elocuente que la excelente viñeta de El Roto que apareció en El País el mismo día 18:
Hay otros chistes que, por el contrario, nos han parecido más difíciles de entender, como este de Esteban publicado en La Razón el 21 de mayo:
Y nos ha costado más trabajo entenderlo porque parece encerrar una valoración despectiva del movimiento basada en atribuirle la pretensión de que “no tener nada mejor que hacer sea declarado de interés general”, cuando no cabe la menor duda de que el hecho de que decenas de miles de personas no tengan (por utilizar las mismas palabras que el autor) “nada mejor que hacer” que echarse a la calle para manifestar su descontento, o que decenas de miles de personas sean capaces de desafiar la ley al concentrarse pacíficamente en espacios públicos como signo de protesta durante la llamada jornada de reflexión a pesar de la prohibición expresa de la Junta Electoral Central es (y no “debería ser”, sino que es), evidentemente, un fenómeno de interés general: durante esa semana, las portadas de todos los periódicos generalistas y la mayoría de sus secciones de humor gráfico así lo prueban.
Tratándose de un movimiento espontáneo, sin consignas predeterminadas, en el que cualquier participante podía expresarse libremente mediante carteles, pancartas o anotaciones improvisadas, resulta interesante ver qué protestas estaban relacionadas con aspectos sanitarios. Aunque otros servicios o competencias públicas eran objeto de múltiples reproches, denostar la atención prestada a través del Sistema Nacional de Salud no era uno de los objetivos (al menos, mayoritarios) de los manifestantes. Aunque el mobiliario urbano en las múltiples plazas ocupadas estaba cubierto de papel con expresiones de descontento y protesta, no era frecuente encontrar frases que se quejaran precisamente de la provisión de servicios sanitarios: un dato importante para la reflexión y, en nuestra opinión, un motivo de orgullo para quienes día a día se encargan de ese cometido.
Las referencias más habituales a los aspectos sanitarios se centraban en el temor a posibles restricciones presupuestarias que pudieran condicionar, después de las elecciones, cierre de servicios o recorte de prestaciones, como acertadamente recogía Manel Fontdevila en la portada de El Jueves nº 1773, que precisamente podía verse en los quioscos durante esos días:
En fechas posteriores, superada ya la tensión de la inminencia de las votaciones, los acampados han debatido con más sosiego para consensuar propuestas, y han hablado, entre otros muchísimos temas, de las listas de espera (llegando a proponer aumentar la contratación personal sanitario hasta acabar con las mismas), uno de los factores que la población más percibe como evidencia de deterioro de la calidad del sistema, y que constituye una preocupación social desde mucho tiempo atrás, como evidencian estos dos chistes de Tom, aparecidos ambos en El Jueves nº 524 el 10 de junio de 1987, poco más de un año después de que la llamada Ley General de Sanidad sentara las bases de nuestro actual Sistema Nacional de Salud (algo de lo que también hablaremos en el futuro):
...un Sistema Nacional de Salud que precisamente establece, entre su principios generales, que “los servicios públicos de salud se organizarán de manera que sea posible articular la participación comunitaria” nada menos que “en la formulación de la política sanitaria y en el control de su ejecución”.