lunes, 14 de junio de 2010

Gripe A (XVIII): El lavado de manos como medida preventiva.


Desde que el evangelista San Mateo presentó a Poncio Pilatos, autoridad civil en la provincia romana de Judea, desentendiéndose de la tremenda injusticia que iba a cometerse con Jesús de Nazareth mediante la acción simbólica de lavarse las manos, aceptamos ese gesto como símbolo de la voluntad de desvincularse de algo con lo que no se está de acuerdo pero ante lo que no se pretende, tampoco, oponer resistencia alguna: una actitud pasiva de dejar hacer, sin implicarse de otra forma que con la pura tolerancia o indiferencia. De hecho, el diccionario de la Real Academia Española incluye, en su vigésima segunda edición, la expresión “lavarse las manos” como frase hecha a la que atribuye el significado de “desentenderse de un negocio en que hay inconvenientes, o manifestar la repugnancia con que se toma parte en él”.

Por ello, cuando entre las medidas preventivas frente a la gripe A recomendadas por las autoridades sanitarias se destacó la necesidad de lavarse frecuentemente las manos de forma adecuada, el chiste estuvo servido: una fácil asociación de ideas llevaba a presentar a los líderes políticos desentendiéndose simbólicamente del problema (como nos contaba Elgar el 3 de septiembre de 2009 en el diario Sur), e incluso a hacer extensiva la medida a otros problemas importantes de difícil solución, tanto dentro (como sugirieron Miki & Duarte en el chiste que puede verse a continuación, aparecido el 30 de agosto de 2009 en Málaga Hoy) como fuera de nuestras fronteras (como se muestra en el tercero de estos chistes, firmado por Matador, colaborador del diario colombiano El Tiempo, el 2 de mayo del mismo año):





Fue el 5 de mayo de 2009 cuando la Alianza Mundial para la Seguridad del Paciente de la OMS, y en España la Agencia de Calidad del Sistema Nacional de Salud, convocaron una jornada global de sensibilización sobre la importancia de la correcta higiene de las manos en los centros sanitarios, tanto por parte de profesionales como de los propios pacientes y sus acompañantes.

Ciertamente, los carteles con instrucciones para lavarse las manos que, proporcionados o impulsados por la OMS, podíamos encontrar en los lavabos de edificios públicos y de muchas empresas privadas, presentaban unas indicaciones tan absolutamente obvias que casi parecían, ellos mismos, un chiste:




































Inevitablemente, leyendo esas directrices, se venían a la cabeza ejercicios de ironía como las “Instrucciones para subir una escalera” o las “Instrucciones para llorar” de Julio Cortázar, reflexiones ambas incluidas en su obra “Historias de Cronopios y de Famas” (1962), o la famosa secuencia de los humoristas españoles Tip y Coll (Luis Sánchez Polack y José Luis Coll) en la que proporcionaban “instrucciones para llenar un vaso de agua”, pormenorizando en multitud de detalles innecesarios el acto casi automático de verter agua en un vaso. Los carteles referidos daban pie a que uno se preguntara si realmente el hecho de lavarse las manos entrañaba tanta complejidad como para justificar una campaña como aquélla, y si no resultaría más rentable (los médicos utilizamos el término eficiente) dedicar los recursos a actividades menos obvias. La medida de enseñarnos cómo deben lavarse las manos se antojaba, entonces, inquietantemente insuficiente, y esa sensación propiciaba el que fuera criticada de los modos más diversos. El Roto, desde su espacio en El País, la ridiculizaba, el 9 de mayo, de la siguiente forma:























A pesar de lo anterior, el simple acto de lavarse bien las manos es una medida cómoda, barata y eficaz: no supone ninguna tontería invertir en concienciar a la opinión pública de su importancia. Si la persona enferma tose o estornuda poniendo su mano delante de la boca, los gérmenes quedan en ella, y con la misma mano sin lavar posteriormente puede tocar pomos, picaportes u otros objetos, con los que después contactarán otras personas, llevándose los gérmenes en sus propias manos. Hay, además, personas (muy especialmente los niños pequeños) que tienen tendencia a tocarse los ojos, la nariz, los labios, etc., es decir, sus propias mucosas, que, como vimos, no son tan resistentes al paso del virus como lo es la piel íntegra. Si previamente han tocado una superficie contaminada, pueden infectarse con facilidad.

De hecho, el acto de lavarse las manos está fuertemente asociado, en la historia de la medicina, con la disminución de las enfermedades infecciosas, después de que, en el siglo XIX, el médico húngaro Ignacio Felipe Semmelweis, años antes de que se descubrieran los microbios, consiguiera disminuir enormemente la mortalidad entre las mujeres que daban a luz en su hospital mediante la simple recomendación a los médicos de que se lavaran las manos antes de atender los partos.

Lavarse las manos con cierta frecuencia es, por tanto, una sencilla medida que, acompañada del uso de pañuelos de papel (para toser o estornudar en un pañuelo mejor que en las manos), y evitar tocarse la boca, la nariz y los ojos, puede ayudar mucho a frenar el contagio de la gripe y de otras infecciones.