Este año, concretamente en el pasado mes de agosto, se han cumplido 25 años desde que se hizo público el
acceso a la primera página web tal como hoy las conocemos, creada por
Sir Tim Berners-Lee en la Organización Europea para la
Investigación Nuclear (conocida generalmente por el acrónimo CERN, que
responde a las siglas del nombre francés Conseil Européen pour la
Recherche Nucléaire) de Suiza.
Internet es un conjunto de redes de
comunicación interconectadas de alcance mundial, que permite la
transmisión de una cantidad ingente de información (en diversos soportes
y formatos). Sus orígenes se remontan a 1969, cuando se estableció la
primera conexión de computadoras, conocida como ARPANET, entre tres
universidades en California (Estados Unidos). Pero fue el 23 de agosto
de 1991 cuando el CERN de Suiza puso a disposición de cualquier
visitante (internautas, en la terminología actual) el contenido del
portal web previamente creado por Berners-Lee, que inicialmente había
tenido su acceso restringido exclusivamente para los miembros de la
organización.
Decir que internet ha supuesto una
auténtica revolución por su impacto social (en absolutamente todos los
ámbitos) es una perogrullada: baste decir que la sociedad actual recibe
el nombre de “sociedad de la información”, precisamente por el
intercambio y disponibilidad de esas cantidades ingentes de información
(de todo tipo) a la que nos referíamos antes.
Lógicamente, una parte importante de la información que se comparte y
que se busca en internet es información referente a temas de salud y
enfermedad. Sin duda, esa disponibilidad de información ha contribuido a que muchas
personas puedan afrontar de un modo diferente su enfermedad y la
relación con el equipo sanitario asistencial encargado de sus cuidados,
hasta el punto de que hoy hablamos de “paciente empoderado” o “paciente
experto” para referirnos a un paciente informado y motivado que asume
responsabilidad en los cuidados que su enfermedad requiere y se implica
activamente en colaborar con el equipo asistencial encargado de su
tratamiento.
Las posibilidades del paciente empoderado se reflejan perfectamente en este chiste de Glasbergen, en el que la enferma dice a su médico:
“¡Usted tiene que aprender sobre miles
de enfermedades, pero yo sólo tengo que centrarme en arreglar lo que va
mal en MÍ! Ahora, ¿cuál de nosotros cree usted que es el experto?”
Sin embargo, como también abordamos en nuestra entrada anterior, a propósito de lo que llamamos "la temeridad del Dr. Google" (cuya lectura, o relectura, recomendamos, por estar muy relacionada con
el objeto de esta entrada), aunque el conocimiento siempre es bueno,
lamentablemente conocimiento e información no son sinónimos. El exceso
de información, si no lleva al conocimiento, puede ser perjudicial en sí
misma: el término infoxicación es una contracción de información e intoxicación,
y hace referencia a los efectos nocivos que puede tener un exceso de
información para quien carece de los elementos necesarios para
procesarla. Incluso en las ocasiones en que no resulte perjudicial, la
información, si no lleva al conocimiento, es inútil.
Hace unos meses, se dio a conocer un estudio de la Universidad de Burdeos
(Francia) que concluía que los pictogramas incluidos en los envases de
medicamentos peligrosos para la conducción son ineficaces a largo plazo
para reducir el riesgo de accidente de tráfico. Esos
pictogramas se incluyen en los envases de los medicamentos que han demostrado producir somnolencia o disminuir la atención o la capacidad de reacción, precisamente para avisar de que tales medicamentos pueden resultar peligrosos
para la conducción de vehículos.
Francia presentó hace una década un
pictograma graduado de color que fue colocado en el envase de
todos los medicamentos con riesgo para la conducción. Se definieron
tres niveles de riesgo, amarillo, naranja y rojo, e instrucciones para
la conducción segura. El estudio al que nos hemos referido, dirigido por
Ludivine Orriols y Emmanuel Lagarde, de la mencionada Universidad, y publicado en la revista British Journal of Clincal Pharmacology,
analizó el impacto de este cambio en los accidentes de tráfico,
comparando el contenido de tres bases de datos nacionales francesas y
los datos nacionales de los seguros de salud, informes policiales y
bases de datos de la policía sobre accidentes perjudiciales.
Se incluyeron en el estudio diversos medicamentos ansiolíticos e hipnóticos (dicho de otra forma,
medicamentos utilizados precisamente por su efecto tranquilizante o/y
facilitador del sueño). El uso de ansiolíticos de tipo benzodiacepina se
asoció con un 42 % de aumento de la probabilidad de ser responsable de
un accidente de tráfico durante el periodo previo a la introducción del
pictograma. El aumento del riesgo desapareció inmediatamente después de
la introducción del pictograma, pero volvió a ser significativo en
periodos de tiempo posteriores.
Además, este resultado fue similar para
los hipnóticos de tipo benzodiacepina, aunque un menor número de
individuos tomaron estos fármacos, por lo que los resultados fueron
insignificantes. Sin embargo, el estudio demostró que el riesgo de
ser responsable de un accidente fue mayor en los usuarios que se
trataban con otro tipo de hipnóticos.
Los autores concluyeron que la inclusión
del pictograma no ejerció el efecto que se esperaba, pues el riesgo de
ser responsable de un accidente en relación a estos medicamentos no
disminuye a largo plazo tras la introducción de este tipo de mensajes. Y
que, puesto que el consumo de medicamentos sigue siendo responsable de
un porcentaje no despreciable de los accidentes de tráfico, las
políticas de prevención deben ser revisadas.
¿Quiere eso decir que es inútil
proporcionar esa información directamente al consumidor del fármaco? No,
en absoluto. En consulta, algunos pacientes preguntan por el
significado de esos pictogramas (algunos de esos medicamentos se venden
sin receta médica) y piden más información al respecto, lo cual indica
que no pasan (al menos, no siempre) desapercibidos. Pero el trabajo de
Orriols y Lagarde invita a reflexionar sobre que tal vez los mensajes no
sean igual de efectivos cuando se proporcionan prescindiendo del
profesional sanitario.
En un escenario ideal, y a diferencia de
lo que plantea el chiste de Glasbergen expuesto arriba, el paciente
empoderado no compite con su médico para ver quién atesora más
información: ambos colaboran juntos en pos del objetivo común; y el
paciente experto nunca lo será realmente si no cuenta con el apoyo,
orientación y tutela de su médico, que le permita convertir la
información en conocimiento.
NOTA: El contenido de esta entrada fue divulgado originalmente desde el portal Alergia y Asma Andalucía, y ha sido adaptado a este blog por su propio autor.