En fecha de hoy 13 de abril, el blog de humor Irreverendos incluye un chiste de Enrique Bonet titulado “Uno que estuvo en Japón” en el que se atribuyen a las radiaciones la aparición de malformaciones, pues presenta a un individuo con múltiples alteraciones físicas, entre las que se incluyen (además de quemaduras cutáneas, aparente pérdida de párpados, de cejas e incluso de algún diente, y una evidente distensión de abdomen), la aparición de dos manos extra (que brotan de sendos hombros) y dedos supernumerarios (es decir, dedos de más en cada mano):
Es evidente que el chiste basa su efecto precisamente en la exageración, pues entre las consecuencias de la exposición de un individuo adulto a radiaciones no se encuentran las malformaciones. Sí podría ocurrir, no obstante, que la exposición a radiaciones ionizantes de una mujer embarazada tuviera como consecuencia la aparición de malformaciones en el embrión que se está formando en su útero.
Los efectos de las radiaciones ionizantes sobre el embrión o feto (en el ser humano, hablamos de embrión hasta la octava semana de embarazo, y de feto en las semanas siguientes) dependen por completo de la fase del embarazo en la cual la madre se ve expuesta a las radiaciones.
Los estudios de investigación que se han realizado al respecto nos indican que, en general, dosis por debajo de 100 mSv (el mili Sievert -mSv- es la milésima parte del Sievert -Sv-, el cual, a su vez, es una de las unidades que mencionábamos en nuestra entrada anterior) recibidos por el embrión o feto, no producirán efectos en su desarrollo.
Si dosis mayores a 100 mSv se reciben en la llamada etapa de preimplantación (en las dos primeras semanas, antes de que el embrión se fije -se implante- en el útero), el efecto más probable es el de muerte embrionaria, con lo cual se produciría un aborto (con una alta probabilidad, la mujer no llegaría a saber que el embarazo se había producido).
Cuando la radiación actúa en la etapa de organogénesis (entre la tercera y la octava semana, que es cuando se están formando los distintos órganos), se ha comprobado en animales de experimentación que pueden aparecer anomalías esqueléticas, oculares, genitales y retraso en el crecimiento. La dosis mínima requerida para causar un incremento de malformaciones en estos animales es del orden de 500 mSv. Se acepta, como se ha dicho arriba, que en el ser humano no hay un riesgo apreciable de que se produzca ningún efecto de este tipo si la dosis es inferior a 100 mSv.
En el periodo fetal temprano, entre la semana novena y la vigésimoquinta, el efecto más importante detectado es el retraso mental, de mayor o menor gravedad. La dosis necesaria para producirlo aumenta a medida que progresa el embarazo, de modo que sabemos (por datos obtenidos en supervivientes de Hiroshima y Nagasaki embarazadas en aquel momento) que, entre la semana 16 y la 25, la dosis mínima para que se produzca un retraso mental severo en este estadío del embarazo es, aproximadamente, de 500 mSv.
En el periodo fetal tardío, a partir de la semana vigésimosexta, no es previsible la aparición de los efectos mencionados anteriormente, pero puede verse incrementada la probabilidad de incidencia de cáncer o de leucemia en los niños que han sido irradiados durante el embarazo, así como un aumento de la morbilidad en torno al parto o después del nacimiento.
La ecografía es una técnica diagnóstica que NO emplea radiaciones ionizantes (emplea ultrasonidos, los cuales no son radiaciones ionizantes): por eso, dado que sabemos que es inocua sobre el embrión y sobre el feto, es la técnica de elección que se utiliza para valorar sus estructuras y su desarrollo dentro del útero materno. El chiste con que termina esta entrada, que se refiere, precisamente, al uso de la ecografía en el embarazo, es de Ana von Rebeur, y fue incluido en su blog Superpoderosas en marzo de 2010: